La fórmula del éxito de Ryanair

Cualquiera que sepa de aviación respeta a Ryanair. Incluso sus críticos tienen que reconocer que no se llega a ser la primera aerolínea de Europa si detrás no hay un modelo sólido. ¿Por qué, cuando la aviación está buscando trabajadores desesperadamente, nadie abandona Ryanair? La irlandesa entró a la pandemia con cuatro mil millones líquidos en su caja y, tras el terremoto del Covid, vuelve a tener las mismas reservas, tras un año excepcional. Y no recibió ayudas públicas como si ha ocurrido con los grandes grupos, tipo Air France-KLM o Lufthansa (Ryanair espera beneficios de mil millones en 2022).

Ryanair es O'Leary, alguien tan excepcional que es indudable que cuando se retire dejará un vacío enorme. Y O'Leary moldeó la compañía en torno a unos pocos valores claros y simples: control de costes, eficiencia traducida en simplicidad y puntualidad, con una calidad básica en servicios, y seguridad. Saben perfectamente que un accidente por su culpa sería mucho más demoledor para ellos que para cualquier otro. Lo demás, grandes planes estratégicos, asesores por doquier, estructuras complejas, marketing, ecología o una actitud políticamente correcta que la prensa celebre viene después, si es que viene. Porque con todo esto se construyen las compañías que pierden dinero.

Con casi seiscientos aviones, cinco mil pilotos, diecinueve mil empleados, 3.100 vuelos al día y 550 mil pasajeros diarios, como si transportara cada día a todos, absolutamente todos los habitantes de la provincia de Huelva, la aerolínea emerge de la pandemia dispuesta a conquistar lo que aún no controla en Europa, que es bien poco. Según ha revelado en un encuentro con la prensa celebrado en Dublín al que ha asistido Preferente, en 2023 abrirá 770 nuevas rutas, con otras 15 bases que añadir a las 89 actuales. Desde luego, es la historia de un triunfador con apenas veinte años de edad.

Como organización tremendamente disciplinada, nadie dijo una palabra que no estuviera prevista, excepto O'Leary, que dice exactamente lo que piensa, aunque eso cause dolores de cabeza a quienes querrían que Ryanair no estuviera metida en controversias.

Entre el material mostrado, que en general era de autobombo, para mí sí hubo una diapositiva clave, la única que dice qué es Ryanair. Es la que explica los costes. Y la que revela la fórmula de la Coca Cola. Cualquiera que quiera competir, ya sabe.

En euros por pasajero, las cosas están muy claras: el precio medio del billete de avión en Ryanair es cuarenta euros (O'Leary cree que en los próximos años subirá hasta los cincuenta). En el lado de los gastos, esos cuarenta euros se van así:

7 en salarios, sólo más cara que Wizz Air y muy por detrás de Easyjet, Eurowings o Norwegian;

8 en aeropuertos y handling, también bastante por detrás de todos los competidores, especialmente de Easyjet que vuela a todos los aeropuertos caros europeos;

5 en costes por sus rutas, lo mismo que la mayoría;

7 euros en propiedad y mantenimiento, o sea en la flota, lejos de todas, que llegan a triplicar su precio, lo que nos explica por qué las negociaciones con Boeing para comprar nuevos aviones puedan ser interminables;

4 en marketing y otros costes, mientras Eurowings, por ejemplo, está en los 28 euros.

Total: 31 euros en costes. Lo que arroja que tiene 9 euros de beneficios, porque el billete medio cuesta 40. 550 mil pasajeros diarios, a 9 euros de beneficios, nos explica el secreto de Ryanair. Multiplique por 160 millones de pasajeros anuales y tiene el potencial de beneficios. Todo se explica fácilmente, pero hay que ser capaz de conseguirlo. Ese es el logro de O'Leary.