Cada día, una aerolínea occidental anuncia que deja de volar a un lugar de China. O de Japón. O de cualquier sitio del Extremo Oriente. En su lugar, rápidamente, las chinas ocupan el espacio. Aunque no tengan todavía demasiados pasajeros, están creando rutas desde Europa a todo Extremo Oriente, con escala en China. Aunque con una intensidad algo menor, ocurre lo mismo con los vuelos desde América del Norte (El turismo ruso despega pese al veto de Occidente).
El auge tiene un motivo central: Occidente se sancionó a sí misma prohibiendo volar sobre el espacio aéreo ruso. Eso significa que, desde Europa Occidental, un vuelo tiene una duración de dos horas más, dado que hay que bajar hasta latitudes no habituales, donde además hay regiones conflictivas como Israel, Irán o Afganistán. Esto encarece sensiblemente el viaje, creando además problemas con las tripulaciones. Un viaje a China para una aerolínea occidental era ideal porque permitía volar de ida y vuelta en 24 horas, usando menos aviones. Ya no más.
En cambio, las chinas sí vuelan sobre el espacio aéreo ruso porque su gobierno no está castigando a Moscú. Por eso probablemente vemos cómo han incrementado sus conexiones con Londres, Budapest, Barcelona, Estambul o Milán.
La expansión sólo tiene un problema pendiente: el chino sigue aún hoy viajando menos que antes de la pandemia, aunque la evolución es positiva.
Y todo gracias a Rusia, que no se beneficia de nada de esto.
Es que hay que pensar más allá de una jugada en todo juego inteligente....claro que supone inteligencia....