Llegar de madrugada desde Latinoamérica al aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas puede resultar ilustrador sobre el de modo en el que a determinados viajeros de la Unión Europea se les reducen sus derechos comunitarios. Quien más quien menos que haya cruzado el Atlántico puede haber sido testigo de hechos como el que relato a continuación.
Un viernes, a la 4 de la madrugada hora de Madrid, llegan de forma casi simultánea tres aviones de la misma compañía española desde tres países latinoamericanos distintos. Uno de ellos desde Honduras. Un vuelo lleno de mujeres y niños que presumiblemente han viajado a España huyendo –y perdón por la expresión- de la complicada situación interna de su país. En una de las salas de paso de frontera para viajeros en tránsito, hay cuatro puestos abiertos. Los cuatro para viajeros de todos los pasaportes.
Los puestos de control específico y ágil para ciudadanos UE están cerrados, sin funcionarios que los atiendan. Quienes poseen pasaporte español o de otros estados de la UE provistos con chip electrónico tampoco han podido hacer uso del paso digital porque una barrera de cinta lo impide. Todos los pasajeros, pues, en la misma cola. Y sufriendo una larga espera porque a los pasajeros hondureños les miran pasaportes y otros papeles con mucha atención y detalle. Tanta atención, por cierto, que a algunos de ellos tras un buen rato de preguntas no les dejan pasar en ese momento, y les envían a una zona de espera.
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