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EDICIÓN ESPAÑA

El precio de tener turismo

Acabo de pasar unos días de vacaciones en Santiago de Compostela. Por supuesto, no caben más que muestras de admiración para una ciudad rica, hermosa, llena de arte, historia y belleza, de las que hay muy pocas más en España. Sin embargo, Santiago, como muchas otras ciudades turísticas del mundo empieza a vivir un conflicto de importancia: ¿es una ciudad viva o es una fachada bajo la cual tenemos un centro comercial de grandes dimensiones?

Lo mismo que ocurre en Santiago lo pude ver en Carcassonne, Venecia, Taormina, Praga o Brujas: ciudades maravillosas que se están convirtiendo en una carcasa vacía, desprovista de vida propia, habitada por comerciantes y nada más. En Santiago, si usted sale por sus calles tras anochecer, verá que únicamente hay luces en las ventanas de los hoteles. Prácticamente todas las demás casas o son edificios públicos o están abandonados.

Hay calles enteras exclusivamente dedicadas a turistas, con un producto que ha desnaturalizado lo que era la ciudad, lo que era real, lo que era la vida compostelana. Como ocurre en Venecia, el comercio del centro de Santiago es una muestra de la creatividad china, cambiando Santiago por cualquier otro nombre que uno pueda identificar. Los productos son los mismos que en cualquier otro lugar del mundo, a los mismos precios, con las mismas calidades.

Galicia no asoma en nada, salvo en algunas tiendas de 'delicatessen'. Los restaurantes, porque para algo es España, tienen identidad, pero están igualmente estandarizados en los productos que buscan los turistas. Y no digamos las atracciones más importantes, como la propia catedral, difícilmente sustraíbles a este fenómeno.

Los viajeros llegan en masa, a media mañana, cuando la cola para acceder a la catedral desborda todos los límites. En el interior del templo, nadie mira nada, sólo se sacan fotos. Las masas se esparcen haciéndose 'selfies' por doquier. Por supuesto, nadie entiende –mucho menos comparte– el espíritu con el que un día se practicó el peregrinaje. Aquello es una absurda carrera por el Obradoiro, fotos a toda velocidad para enviar a los amigos y conocidos y, por supuesto, desaparecer al anochecer.

Yo no tengo alternativas para esta situación. No soy tan cínico de decir que el problema son los demás turistas y no yo mismo que en cierta medida participo de este circo al hacer una visita de pocos días. Pero creo que todo esto es una ceremonia industrial, masiva, irracional, absurda, ajena a lo que un día fue una ciudad. Nunca mejor dicho: llegar y besar el santo para huir a toda velocidad en busca del siguiente reclamo turístico.

Los efectos de esta presencia masiva de turistas en las ciudades que tienen el privilegio de recibirlos son inequívocos y preocupantes: el alojamiento hotelero y los comercios turísticos son los únicos capaces de sobrevivir a esta oleada. Los vecinos no pueden vivir y, salvo unos pocos, mayores y desmotivados, la gente huye en busca de más calma, de comercios normales, de precios acordes con sus disponibilidades. Así nos quedan lugares turísticos muertos, de cartón piedra, que perfectamente podríamos ver en Disneyworld.

Para mí, el verdadero problema es que quienes defendemos la libertad no tenemos alternativas para este disparate. Es un absurdo, pero es el absurdo que nos buscamos los propios turistas. Los enclaves pequeños, como los mencionados, simplemente se convierten en inhabitables. Las grandes ciudades pueden soportar mejor la presión porque la población es mayor. Pero Santiago, Santillana del Mar, Arcos de la Frontera, Valldemossa o Ronda se convierten en un puro reclamo, en una estructura vacía, sin habitantes reales, sin vida propia, sin autenticidad.


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    1 Comment
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    Elena
    6 años

    Totalmente de acuerdo
    Hasta que no pase esta oleada del turimismo , interesa más quedarse uno en casa y empaparse a leer
    Resido y vivo en Madrid y es un total parque temático
    Preparado para el turista
    Sin vida propia ni identidad
    Y madrid la tenía
    No hay culpables
    Más bien ha sido la dejadez de la poca gestión social que movidos por el ansía de ganar y ganar más , dejan a las ciudades al amparo del turista masivo y a veces , sin escrúpulos

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