Cuando los ingleses ganaron la batalla de Waterloo y finalmente acabaron con Napoleón, buscaron cuidadosamente dónde podía estar el lugar más aislado del mundo, para mandarlo allí. En el primer serio traspiés de su brillante carrera militar, Napoleón fue enviado a la isla de Elba, delante de la costa italiana y al poco tiempo ya lo teníamos de nuevo en el poder. O sea que esta vez el lugar tenía que ser suficientemente remoto. Y lo es: la isla de Santa Helena (en inglés, Saint Helena).
Santa Helena está lejos de todo, en el medio del Atlántico Sur. Tan lejos (a dos mil kilómetros de tierra firme, aunque un poco más cerca de la también remota y diminuta isla de Tristán d'Acunha) que hoy mismo, en la era de las comunicaciones más sofisticadas, apenas tiene un vuelo los sábados desde Johannesburgo, en Sudáfrica. Y ese vuelo opera desde el verano de 2016. Antes, apenas se llegaba con barcos de guerra británicos, país que tiene la soberanía de la isla.
Es decir que hasta 2016, apenas algún privilegiado conseguía llegar en su barco particular. En la isla, en todo caso, apenas viven cuatro mil habitantes.
Desde que hay vuelo semanal, la demanda empieza a aumentar y ahora SA Airlink se ha visto obligada a lanzar otro vuelo semanal, que operará todo el verano de 2019-2010 (el verano en el hemisferio sur va de diciembre a marzo).
Helena Bennett, directora de turismo de la oficina de Turismo local, dice que la apertura de este vuelo “es una noticia excepcional, porque nos permitirá tener más visitantes, gente de negocios o turistas, amigos y conocidos interesados en la isla”.
En todo caso, por más que esto suponga un incremento de turistas del cien por ciento, no se asusten que estamos ante un lugar que sigue siendo remoto y al que no se montarán vuelos charter en un futuro inmediato. Ni tan siquiera lejano. La isla no tiene playas ni nada que pueda considerarse paradisíaco. Su mayor atractivo, por supuesto, es la huella que dejó Napoleón en su confinamiento.
Apenas