El turismo español ante la gran crisis que viene

Hay un consenso generalizado entre los grandes expertos independientes, incluso entre algunos gobiernos responsables (no es el caso del español que gasta lo que no tiene), de que se aproxima una nueva crisis mundial de proporciones considerables.

Para escribir esta columna me he permitido el lujo de preguntar a grandes empresarios del Sector y a amplios ejecutivos que dedican sus días al negocio del turismo. Hay coincidencia: podríamos, en efecto, entrar en un periodo que podría ser corto o largo (según las políticas que se lleven a cabo) en el que la locomotora de la economía nacional empiece a rechinar. Por de pronto, ya se anuncia que en el presente año se tabulará un 5 por ciento menos en el número de visitantes.

Hay que recordar que en la crisis del 2008-2012 –la misma que se empeñaba en no admitir el entonces primer ejecutivo de la nación, señor Zapatero– el sector turístico fue el que realmente aguantó el tirón y el que dio soporte a la posterior recuperación que ahora se evapora a marchas agigantadas.

El temor entre el empresariado español es que esa crisis que ya enseña sus negros bigotes se cebe precisamente en la locomotora. ¡Sería terrible! Estimo, con algunos datos sobre la mesa, que esa crisis vendrá –nada más hay que ver lo que está haciendo el señor Draghi al frente del Banco Central Europeo– y tengo la esperanza de que pase de refilón como los huracanes sobre el conjunto del Sector. Los empresarios españoles de la cosa han demostrado, entre otras cosas, de lo que son capaces y cómo frente al leviatán capean el cierzo.

No parece que, por el momento, haya movimientos de concentración de grandes empresas que es el primer aviso de que vienen mal dadas. Tampoco es signo de bonanza. Sólo es una patente para saber que no se pierde dinero en términos generales.

REFORMAS

Lo sustancial si se confirman los peores augurios es que haya voluntad de enfrentarse al caimán. Tampoco de forma distinta a la que deben hacerla otros sectores claves de la economía nacional, por ejemplo, la automoción que sufre ya en sus propias carnes la irresponsabilidad e ineptitud de una ministra que anuncia ‘ad calendas grecas’ medidas que han mandado ya al paro a más de 6.000 trabajadores.

Reformas en las administraciones públicas que encaminen al sector turístico hacia una mayor liberalización, eliminación de trabas burocráticas y la bajada de impuestos. De lo contrario, se habrá evaporado todo lo ganado durante los últimos años. Sinceramente, no veo voluntad alguna de enfrentar las reformas necesarias para poder respirar entre el detritus.

¿Quién serán, una vez más, los principales paganos de la crisis? Los trabajadores que perderán su empleo. Los políticos –que pontifican y peroran sobre el sector sin tener ni repajolera idea– tienen sus nóminas a buen recaudo.

Sería una desgracia cósmica que el país turístico por antonomasia dejara de aportar su gran grano a la economía nacional. Y aún más desgracia fuera que todo el gran entramado de tejido empresarial construido durante décadas se fuera a pique como ocurrió en años anteriores con grandes industrias.

Lo fundamental, tal y como están las cosas, es que no se niegue la evidencia. El resto vendrá por añadidura.