La idiotez del ser humano, muy especialmente del rico y occidental, es difícil de imaginar a priori. Ahora, una empresa hotelera lanza un alojamiento, o sea un hotel, con una colmena de abejas y una granja.
Los promotores hicieron un edificio con centenares de habitaciones, consumen energía, necesitan agua potable, vierten aguas residuales, aclimatan las instalaciones con el consiguiente impacto, pero tranquilizan las conciencias con unas abejas y unas lechugas.
Si lo hacen es porque funciona. Porque algún cliente debe preferir esta horterada que un hotel a secas. Lo cual es un indicador de hasta dónde llega nuestro despiste existencial. Es como si un policía ve un robo de un banco a punta de pistola, se acerca al delincuente y le dice “oiga, que no ha puesto usted el tique del aparcamiento y como fiel vigilante del cumplimiento de la ley, le tengo que multar".
Obviamente, todo turista que viaje para alojarse en un hotel se ha tenido que desplazar, lo cual contamina. Y emite CO2. Es inevitable. Calmar las conciencias con ver crecer unas lechugas mientras desayunamos jamón italiano que sabe cuánto ha viajado para estar allí es una ironía fina, si no fuera que así nos llevamos el planeta por delante pero con las conciencia tranquila.
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