Imposible trabajar así

Una alta directiva de una pequeña cadena hotelera me contaba ayer que ella y su equipo ya no aguantan más, que no es posible gestionar nada con este nivel de inestabilidad e incertidumbre. No necesariamente hay un culpable, pero sí hay una realidad endemoniada. Ahora mismo, ni un empresario del turismo sabe qué pasará mañana; pero tampoco sabe cómo se comportará cada uno de los mercados en los que se venden los hoteles; ni sabe qué exigirán los gobiernos en las fronteras; ni comprende qué va a ocurrir en la economía de continuar las cosas de esta manera. 

No se sabe qué hacer con la plantilla; cuántos mantener en Erte; no se sabe qué porcentaje de tiempo recuperar a los trabajadores; no se conoce qué caja tendrá lugar el mes que viene, ni la semana que viene.

No es que haya culpables, o quizás sí, pero da igual: la realidad de la gestión hoy es completamente demencial. Y no lo es menos en otros países de nuestro entorno: Portugal ya tuvo este año la salida corriendo de los ingleses; Italia no sabe por dónde tirar; en Francia la variante Beta asusta, aunque tampoco se sabe con certeza si hay motivos para ello; Alemania e Inglaterra están igual. Hasta podríamos recordar aquí qué está pasando con las Olimpiadas, un evento que siempre ha sido un  evento seguro para el turismo.

Esto genera algunas consecuencias: la primera es el hartazgo. Un gestor lidia con aquello con lo que se puede lidiar, pero no con tanta inestabilidad e incertidumbre; la segunda son las pérdidas, por mucho que este no sea un año tan malo como el pasado; y tercero, el problema de mantener a la plantilla motivada, en un clima tan angustioso.

Que esto ocurra es una cosa más o menos aguantable; que suceda por segundo verano consecutivo, es francamente insoportable.