No, no es el caso de la aviación. Como muy bien dijo Michael O'Leary, aún habrá que hacer grandes ofertas para llenar los aviones.
Tampoco es el caso del alojamiento y no porque no lo intente. Pero cuando un hotel se queda sin reservas, la única solución es bajar los precios hasta el punto en que más vale cerrar.
Ni es el caso de la restauración, obligada a sobrevivir cómo se pueda.
El subsector turístico que ha salido de la crisis con unas ganancias inimaginables le debe todo a la falta de chips en el mercado que está obligando a los fabricantes de coches a retrasar la producción y cancelar los contratos de entrega de vehículos a los rent-a-car.
Así, pues, los rent-a-car se han encontrado, sin comerlo ni beberlo, que no tienen coches para atender la demanda. Y como el precio se determina por el juego de la oferta y la demanda, estos suben. O sea que están cobrando como nunca.
No hace tanto, quise arrendar un coche en una capital europea y me pedían por 24 horas, en laborable, sin que hubiera ningún evento ni puente que lo explicara, 160 euros. Antes, por ese coche no me habrían pedido más de 50, seguro.
El fuerte desequilibrio entre una oferta mínima de coches y una demanda que se acerca bastante a lo que consideraríamos normal está proporcionando pingües beneficios a las compañías del sector que, también es justo recordarlo, fue probablemente de los que, junto con las navieras de cruceros, lo ha venido pasando peor.
Mira por dónde, la escasez de chips tiene vinculación con los beneficios de los rent-a-car. Increíble.
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