Los datos que ofrece Turespaña sobre la entrada de turistas en este año son dramáticos en comparación con los de 2019. Hemos caído en estos primeros siete meses del año de los 48 millones a los 10 millones de entradas. Jamás, de esta forma, vamos a poder cumplir los buenos deseos de la ministra Maroto que esperaba que tuviéramos la mitad de los visitantes que en 2019. Ya nos habría gustado que hubiera acertado, pero no ha sido así (La llegada de turistas a España se duplica en un mes pero sigue a años luz de 2019).
El problema que se deriva de esta situación es tremendo. Muchos políticos, tal vez con algo de razón, consideran que tenemos demasiado turismo. Es un asunto del que se debería hablar. Supongo que nos están proponiendo, con razón, tener menos cantidad pero más calidad de viajeros, de manera que no se vean afectados los ingresos. Esto, con ser loable, deseable, no es lo que nos está ocurriendo: seguimos con el mismo tipo de viajeros pero en una cantidad que apenas supera el 20 por ciento de lo que teníamos. Incluso puede que peor porque los que más han dejado de venir son los de más poder de gasto (por razones que no tienen nada que ver con España).
Algunas regiones españolas no sufren esta situación porque tienen el turismo interior que les ha paliado la crisis. Pero las costas y las islas sí. Y el ministerio de Hacienda, a quienes estas masas les pagan impuestos. Y el de Trabajo, que tendrá que asumir los ERTE de todas estas pérdidas laborales.
Que el sector de alojamiento sólo tenga cerrado un 15 por ciento de su planta y que el turismo que ha llegado sea apenas el 20 por ciento del habitual, nos indica la gravedad de la caída de los ingresos, los recortes en las ocupaciones y el problema financiero que están asumiendo las empresas.
Habría que reconocer la valentía y el voluntarismo de intentar lo imposible para captar al viajero, a costa de presentar unas cuentas lamentables. Por supuesto, para la gran mayoría de los hoteles, habría sido mejor no abrir.
Este es el panorama que tenemos delante de nosotros.
Los empresarios del turismo van a seguir exigiendo que su sector tenga secuestrada a la economía española hasta que a ellos les venga bien, es decir, hasta que encuentren otra actividad en la que poder dar el pelotazo. Mientras eso ocurre seguirán pidiendo ayudas, subvenciones, eliminación de restricciones sanitarias, bonificaciones fiscales, reducción de derechos laborales, etc., etc., etc... para mantener su cuenta de resultados por encima de cualquier consideración. Por eso el gobierno debe hacer oidos sordos a la patronal, ignorar los cantos de sirena de sus tentáculos mediáticos sobre una imposible reconversión ordenada del sector y dejar caerlo sin anestesia para el empresariado. La modernización del mercado laboral requerirá mucho dolor y sacrificio que debe salir de las cuentas de resultados de los más beneficiados.
Y los miles de trabajadores que dependen del turismo al paro. ¡Que empatía la tuya!.
No hay mayor empatía que pensar en las generaciones futuras, que también querrán trabajar y no malvivir como sus padres poniendo copas y limpiando habitaciones o, si no se resignan a la estacionalidad, precariedad y bajo nivel formativo de esos empleos, emigrar. La pandemia ha demostrado en todo el mundo que con el incentivo adecuado puede salvarse a muchos trabajadores del infausto destino de la hostelería. Toca invertir decididamente en la reconversión de todo el sector, y que la fiesta la pague el empresariado con sus beneficios amasados durante décadas.
Al final lo conseguiréis y la miseria la vamos a padecer todos, incluido tú.
Los empre-saurios van de pobrecitos para luego chupar ayudas del gobierno. Forrarse menos no es sufrir pérdidas. Venga chao.