La decisión este lunes de una jueza federal americana de no exigir más el uso de las mascarillas en los aviones supone un hito porque significa simbólicamente el fin del Covid en Occidente.
Nada menos que han pasado dos largos años de sufrimiento, con el transporte y el turismo como primeras víctimas. En realidad, tampoco es que este símbolo equivalga al final de la pandemia, pero tiene mucho valor.
No es tal cosa porque el virus sigue existiendo, aunque con una incidencia mucho menor y sin causar el número de muertos al que nos acostumbramos hace dos años. Y también porque sigue habiendo un país, surrealista donde los haya –tal vez ‘dictadura’ sea un término más correcto– que sigue sometiendo a su población a unos confinamientos increíbles, al intentar aplicar unas políticas que no tienen parangón en el resto del mundo. Ese país, ya lo imaginan, es China.
Pero que las aerolíneas americanas, casi de inmediato, incluso antes de que se conociera la noticia en toda su extensión, hayan decidido dejar de exigir la mascarilla, habla de la inquietud latente de acabar con esta pesadilla.
La postura del gobierno de Biden es igualmente ilustrativa: siguen a favor de su uso, pero no terminan de presentar un recurso contra la decisión judicial, lo cual indica que tampoco ven del todo claro que esto se pueda seguir exigiendo como hasta ahora.
En cualquier caso, hay algunos especialistas que dicen que el virus sigue ahí, que podría haber alguna variante más problemática y que los casos, hoy bastante pocos, podrían volver a tener importancia.
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