La carta que Nicolas Brumelot, el propietario y presidente del operador turístico francés MisterFly, remitió a Emanuel Macron, presidente de Francia, es estremecedora. Le acusa de no conocer la realidad, de no entenderla, de ser el motor de la destrucción de la economía. Lo culpa de parte de los daños causados al país.
Brumelot, por supuesto, es víctima del poderoso efecto de la crisis que le ha obligado a tener que despedir a la plantilla con la que había construido una empresa de éxito. Pero, pese a ello, dice muchas cosas que merecen una reflexión: afirma que no es posible trabajar, no es posible tener una empresa, no es posible dar la cara ante los clientes, cuando los gobiernos cambian las normas con la frecuencia con la que lo hacen hoy los que mandan en Europa. No se queja tanto de que haya limitaciones a la movilidad, sino que estas cambien cada día, que no tengan la menor consideración por los empresarios, que sean arbitrarias, incoherentes.
Brumelot, como usted o como yo, no puede entender que el mismo virus provoque que en un país se tomen medidas radicalmente contrarias a las que toma otro país, que no se haya conseguido en Europa la mínima coordinación, que no se haya contado con el sector del transporte y del turismo para desarrollar estas limitaciones con un concierto, con coherencia.
Tiene razón en lo esencial. Y tiene razón en dejar ver su desesperación.
Yo viajo un día de estos por Europa. No pueden ustedes imaginarse el galimatías que es pasar de un país a otro. No estoy diciendo que no apliquen limitaciones y controles, sino que un país aplica unas normas, el de al lado otras, el tercero otras y así hasta el paroxismo. Es peor: eso cambia en cada país, cada semana, cada mes, sin que haya manera de aclararse.
Una parte del daño económico que ha causado el virus es inevitable. Pero otra parte tiene que ver con la ausencia de Europa, con la ausencia de política, con la carencia de criterio, con la dispersión, con la irresponsabilidad. Vean Madrid: ¿cómo se explica que hayamos llegado a hacer un homenaje a los afectados por el virus y, al mismo tiempo, hayamos dejado que se nos descontrolara nuevamente la epidemia en nuestras narices?
No abundaré en las incoherencias, que todos conocéis, pero sí en la necesidad de reflexionar sobre la carta de Brumelot. No debemos permitir que se arruine el trabajo de años si no es para luchar contra el virus. Y muchas medidas no parecen que vayan en este sentido.
Emanuel Macron
Macron es un comunista bolivariano, mirar como ha dejado Francia, igual que el ingles.
Macron, ¿comunista?, uno que se ha hecho millonario trabajando en la banca Rotschild?, que hasta hace nada tenía un primer ministro nombrado por él que se declaraba claramente de derechas?. Enfin, vaya vivir a Francia y luego opine para no decir tonterías sin fin.
Hay que empezar a dar pasos adelante, a fomentar que se den pasos adelante por gente real y con criterio y honradez suficiente para estar ahi para contribuir y no para el simple y miserable choriceo de los parasitos.
Hay que fumigar ya porque en las instituciones y en los cargos hay un 90% de cancer satisfecho y medrando y con este tejido no hay futuro.
Mayor desgarro es para el que es despedido y se queda con una mano delante y otra detrás, y mucho mayor si además es mayor de cincuenta años, que con casi toda probabilidad no va a volver a trabajar y encima le quedará una pensión mínima para malvivir el resto de su vida cuando ya se vayan voltilizando sus ahorros.