Las Olimpiadas, en un aprieto

El coronavirus, la epidemia que viene de China, está ya causando un desastre en la región. Sin embargo, lo más grave está por llegar y, por cierto, está provocando auténtico pavor: las Olimpiadas de julio en Tokio y las Paraolimpiadas en agosto.

A día de hoy, nadie sabe qué sucederá. Sin embargo, todo parece indicar que incluso el mejor escenario, el de un paulatino retroceso de la enfermedad, visto cómo sucedieron las cosas en casos anteriores, afectaría de lleno a esta competición, porque el Sars tardó meses en desaparecer desde que comenzó a retroceder. Pero las cosas podrían ir peor si la epidemia no comienza ya su retroceso, que no ha comenzado. Eso significaría que podríamos llegar a julio con medidas restringiendo la movilidad de los deportistas, con dificultades para gestionar la villa olímpica, y con mil efectos imprevisibles a día de hoy. Y eso sí sería un desastre. Pensar que la delegación china no pudiera acudir a los juegos olímpicos es imposible a día de hoy.

Hace dos días, Toshiro Muto, el director general de la Olimpiada, dijo que había dudas sobre si se celebraría el evento. Este domingo tuvo que salir de nuevo a la prensa para decir que no, que no había dudas, las Olimpiadas tendrían lugar en julio como está previsto. Obviamente, entre una declaración y la otra debe de haber habido un verdadero temporal de presiones y tensión.

Estas intervenciones revelan la dificultad de lo que les espera a los organizadores: en juego hay millones y millones de dólares en derechos de transmisión, entradas, inversiones, compromisos comerciales. A día de hoy, una cancelación sería catastrófica. Pero continuar como si nada también puede ser un problema tremendo, que el tiempo revelará.

Así pues, de rebote, Japón se enfrenta a un desafío para este verano, sin comerlo ni beberlo. El mayor evento deportivo turístico, contra las cuerdas.