Los segundos

Siempre, siempre, si una organización funciona bien, el mérito es de quien está más arriba. Siempre, siempre que una organización es un desastre, el culpable es el de más arriba. Porque de él depende el nombramiento de los segundos, su exigencia, su capacidad de crear un clima, de definir horizontes, de planificar, de motivar.

En las empresas privadas, por supuesto, no siempre las organizaciones son buenas, porque no siempre quien manda es competente. El problema se agrava cuando el incompetente es el propietario, y encima no sabe que es inútil. Hay quienes han llegado a un lugar por una serie de circunstancias, por oportunismo, por fortuna, por corrupción, pero no saben que si quieren de verdad competir tienen que poner al frente a alguien valioso, motivador, creador de equipos.

Si esto pasa en el sector privado, imagínense el sector público. Allí no hay ni un resquicio de la lógica de la gestión. Todo se limita a la imagen, para las caras visibles, y al pago de favores para los segundos niveles.

Por eso, tanto Rajoy como Sánchez, como antes Zapatero, como antes Aznar, como antes Felipe, ponen al frente de las empresas públicas a sus amigos del partido, que en un congreso, que en un evento, que en un momento complicado se dejaron la cara por el jefe. La valía, la competencia, la capacidad de dirigir una organización no existen entre los criterios a estudiar. Si las cosas fueran bien, es puramente por una casualidad.

Por eso Paradores Nacionales va como va. Rajoy le pagó a Rato algún favor con su ex-mujer y ahora el nuevo presidente, en una exhibición de que nada ha cambiado –nada– ha puesto al frente a un tal Óscar López, absoluto desconocido en la gestión hotelera, absoluto ignorante de lo que es el Revpar, o de los que son los mercados.

Esas son las segundas filas del turismo de este país en Madrid y en las autonomías. Mientras en este nivel no acabemos con este mercadeo lamentable, tenemos lo que tenemos.