Una información de preferente.com indicaba que el negocio de Ibiza es absolutamente excepcional: 8.000 empleos y cientos de millones de beneficios por una actividad, la vinculada a la noche y a la música, que se limita a apenas cuatro meses al año.
Vayan ustedes por los aeropuertos europeos y verán vuelos y vuelos que van a esa isla, con el objetivo prácticamente único de vivir la música. Enhorabuena por las discotecas, enhorabuena por los hoteles especializados, enhorabuena por este fantástico negocio, enhorabuena por el acierto.
Sin embargo, hay un reparo que hacía un lector de este digital, al aportar su comentario: “¿Desearía usted todo el desmadre que rodea a este mundo?”, en referencia nada velada al movimiento de drogas y de alcohol que acompaña este mundo.
Cierto que este lado de la noche es triste y dramático, que está detrás de la ruina de muchas vidas especialmente de gente joven. Nada, por supuesto, obliga a que la música actual esté vinculada a este mundo, pero lo está. Nada condiciona para que la noche sea asociada a entornos no muy ejemplares, pero lo están.
Ibiza tiene un negocio, desde luego, pero también tiene un problema. Y no parece que sus autoridades hayan sido capaces de separar estas dos vertientes para promover una y atacar la otra. Más bien parece que su política ha sido la del avestruz.
Política del avestruz
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