El problema catalán dista mucho de estar resuelto, pero en lo que hace al turismo, casi ya es pasado. Tal vez aún quede algún tiempo hasta que se normalice completamente el mercado internacional, pero desde luego, los viajeros hoy ya no están pendientes de lo que sucede de forma ordinaria en Cataluña. Sólo preocupa, sólo tiene efecto lo que ocupa las primeras páginas de los periódicos, lo que abre los telediarios. Cualquier otro conflicto queda fuera del radio de atención de los viajeros.
Sobrevivirá un poco más la reticencia de los viajeros españoles a visitar Cataluña porque, desde luego, en el interior del país aún hay una cobertura informativa relevante, especialmente mientras no se constituya un gobierno estable. Pero el turismo interior español, con tener importancia, no es el punto clave del éxito de Barcelona y Cataluña en los mercados.
Más allá del problema interno español, el episodio que se ha desarrollado en Cataluña desde mediados de septiembre hasta ahora es un interesante ejemplo de cómo reaccionan los mercados turísticos ante eventos de gran calibre: da lo mismo lo que realmente ocurra, sólo importa lo que está en los medios, la imagen que se trasmita, la proyección pública de esos hechos o, incluso, de lo que sin haber ocurrido se convierta en tema de conversación.
Nuevamente hemos visto que a los viajeros no les importa para nada quién tiene razón y quién no, no les importa la historia ni el futuro, sólo imaginan que su seguridad pueda estar en peligro y, por ello, cancelan o no su viaje.
El balance de esta crisis ha sido notable, pero podría haber sido sensiblemente peor en el supuesto de que estos incidentes hubieran tenido lugar en la primavera, cuando el turismo empieza a dispararse en esta región. Esperemos que los efectos de la crisis de octubre, hoy menos intensos, queden totalmente diluidos para la Semana Santa. Todo apunta a que así será y nos quede un recuerdo de cómo se crea una crisis.
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