Egipto desanda el camino

Basta un momento. Basta una locura como la de este fin de semana para que todos los esfuerzos que venía haciendo Egipto para salir de su tremendo problema turístico se hayan esfumado. Un horroroso ataque en una mezquita, con más de 200 muertos ha acabado con meses y meses de calma que, desde el atentado contra el avión ruso de Metrojet, han venido a recordarnos el drama que azota al mundo musulmán.

Estos días, muchos empresarios turísticos europeos manifestaban su esperanza en que pronto los países musulmanes pudieran empezar a recuperar la normalidad. Lo necesitan, porque es de justicia que los humildes ciudadanos de estos países tengan un bienestar, una fuente de ingresos, una certeza.

Todos podemos imaginar lo que están sufriendo miles y miles de tunecinos o de egipcios como consecuencia de la pérdida de turismo. Podemos entender que quedarse sin visitantes es, para muchos, perder todos sus ingresos. Ahí golpea el terrorismo, sabiendo que esa frustración puede terminar desestabilizando a los gobiernos, último objetivo de estos atentados.

Con dificultades, porque la situación es tremendamente compleja, todo esto parece apuntar a una guerra soterrada entre Arabia e Irán, entre sunitas y chiitas, dos ramas del Islam hoy enfrentadas sin tregua.

Asunto diferente es Turquía, donde a estos conflictos latentes se suma el carácter casi dictatorial del régimen de Erdogan y, como colofón, su lucha frontal contra los kurdos, que han llevado sus reivindicaciones a las calles de Estambul en forma de bombas. Es otro asunto porque es más complejo aún, pero en el fondo hace que toda la región viva en una inestabilidad tan profunda que, por momentos, no parece que se vaya a calmar.

Nadie en España lo desea, pero este es nuestro mejor anuncio publicitario. Los males ajenos, en un mercado escaso de oferta, son nuestros beneficios. Así es la vida.