El peor recuerdo de las vacaciones

En el reencuentro tras las vacaciones de agosto, yo y mis compañeros compartimos el recuerdo de muchos momentos agradables. Sin embargo, varios hemos vivido un momento de tensión similar, duro, insufrible. Sólo un compañero que estuvo en Japón dijo que su experiencia había sido amistosa, tranquila. Pero en Europa, en cambio, todos hemos sufrido durante la media hora en la que hemos recogido el coche en un rent-a-car.

Da igual que hayamos hecho el contrato con una marca conocida o con una marginal; da igual que sea un contrato carísimo de precio o de bajo coste; no importa si alquilábamos un humilde i10 o un lujoso BMW. Todos pasamos un momento fatal porque hoy en día, recoger un coche de alquiler es un suplicio desestabilizador.

Nuestras autoridades municipales, regionales, nacionales y europeas están preocupadas por si las agencias de viajes nos engañan con los paquetes organizados, asunto del que nunca nadie cercano a mí me dijo que constara entre las razones de su malestar, entre sus angustias, simplemente porque ni yo ni nadie conoce a alguien que haya sufrido un engaño por este motivo.

Pero lo de los rent-a-car es tema común, es una constante.

Uno recoge el coche y tiene que sortear un verdadero acoso para no pagar dos, tres, cuatro veces más que lo que vio en el contrato con la agencia de viajes, en la web, en el intermediario. “Vaya al coche y filme todo lo que vea. Lo que no nos pueda demostrar que estaba, se lo cobraremos según esta lista de precios”, en la que un rayón insignificante está tasado en 800 euros. ¿Y si no lo filmo? “Entenderemos que lo ha causado usted y, por lo tanto, lo ha de pagar”.

Lo que eran 40 euros se convierten en 200, lo que eran 200 en 600. Todo se multiplica, en un ambiente de tensión y malestar. “¿Ha entendido nuestra política de combustible?”, te preguntan. “Le cobramos un depósito por 100 euros y nos ha de devolver el coche vacío”. ¿Opciones para negociar? Ninguna.
Yo me pregunto: por que ni las autoridades locales, ni las regionales, ni las nacionales, ni las europeas acaban con este circo. Por qué tanta valentía con los coches a gasoil, con las agencias de viajes, con los apartamentos turísticos, con los hoteles, con el transporte discrecional, pero ¿cómo se permite este abuso intolerable y generalizado?

Yo creo que incluso los rent-a-car que no sienten gusto en someter al cliente a este suplicio se ven obligados a ello por la generalización de la picaresca, del abuso, de la presión y de la tensión.
Simplemente, lamentable.