Como viajeros, exigimos y exigimos porque para algo pagamos. Si, por el contrario, fuéramos empleados de los servicios de transporte y turismo, estaríamos cansados de los niveles de exigencia, frecuentemente sin sentido, y de la mala educación que tienen muchos de los clientes.
Un familiar mío ha estado trabajando durante unos años en el check-in de una conocida aerolínea, lo que le ha permitido ver la realidad del transporte y el turismo pero desde la perspectiva del que trabaja, del que cada día tiene que lidiar con los clientes.
Es muy interesante comprobar que hay diferencias generales en los comportamientos en función de la nacionalidad y en función, incluso, de los aeropuertos de destino de los viajeros. Por ejemplo, en general, embarcar un vuelo de italianos es misión imposible. Da igual la instrucción que se dé, ellos van a su aire, indiferentes a las instrucciones. Los alemanes, por el contrario, cumplen estrictamente. Tan estrictamente que si algo no cuadra, se colapsan, no entienden y quedan bloqueados. Los franceses, por el contrario, son extremadamente exigentes. En España piden que les hablen en francés, lo cual no es fácil porque en aviación el idioma internacional, la lengua franca, es el inglés. Británicos hay de dos tipos: en ciertos aeropuertos el pasaje es predominantemente refinado y probablemente sean los pasajeros más interesantes en el trato, pero en otros aeropuertos dominan los ‘hooligans’, cuyas conductas son repugnantes. Los españoles, en general, parece que no hubieran viajado nunca. No son tan impresentables como los italianos, pero se las traen.
Naturalmente, mucha gente dirá que estos son estereotipos. Y lo son, porque siempre hay gente para todos los gustos. Pero cuando uno se pone a embarcar el avión, mejor es saber a qué se va a enfrentar porque, más allá de predisposiciones, la realidad responde a los estereotipos. Les contaré más, porque es absolutamente apasionante comprender cómo responden las masas.
Verídico. Doy fé.