Menorca es una isla balear relativamente poco conocida por los españoles. Para quienes no tengan datos sobre ella, hay forma muy simple de definirla: contraponerla a Ibiza. A diferencia de la Pitiusa mayor, Menorca está muy poco edificada, tiene un entorno natural privilegiado, no tiene tanta fama ni visitantes y, consecuentemente, tiene serios problemas para lograr ingresos del turismo, hoy su principal fuente de ingresos. Dispone de una oferta hotelera pequeña, escandalosamente estacional, al punto de que tiene demanda apenas tres meses al año.
¿Por qué ocurre todo esto? Los expertos, siempre horrorizados por el crecimiento espectacular de Ibiza, habían puesto a Menorca como modelo. Pero los menorquines están cansados de ser modelo de todo, y no tener ingresos, sufrir un paro elevado y vivir en un entorno económico deprimido. Un paisaje encantador, pero de eso no se vive, vienen a decir.
Muy recientemente sí se han comenzado a hacer cosas en la dirección correcta. Menorca, siendo un paraíso, puede venderse, puede tener visitantes, pero no tanto en la línea clásica de turistas de sol y playa, a los que les da igual el entorno, sino entre un público más caro, más exigente, con un producto de minorías. Se trata de ofrecer alojamientos en entornos diferentes, minoritarios, personales, pequeños, de gran gusto, cuidando la oferta gastronómica, la cultura, etcétera. Para eso están las tradicionales granjas ganaderas, que pueden ser alojamientos estupendos, atractivos y sugerentes, puro patrimonio etnográfico.
En esto están las autoridades, cuando la patronal hotelera ha manifestado su oposición, aduciendo que ya hay suficientes normas como para crear más categorías de alojamiento. O sea, o los hoteleros dicen cómo ha de ser la oferta, o se oponen.
Menorca debería aprender de regiones similares, de productos particulares como el 'bed and breakfast', como los restaurantes pequeños, como los establecimientos rurales, de calidad. Y para ello debe incorporar fórmulas comerciales amplias, variadas, sin las rigideces de las estrellas ni de las fórmulas al uso en los destinos turísticos tradicionales. Vivir y no destruir el entorno exige precisamente la utilización del patrimonio residencial como alojamiento.
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