Una de las razones para el fracaso de la ecotasa en el primer mandato progresista en Baleares fue el desbarajuste en su presentación. Cada político decía lo que quería, anunciaba su propio modelo, sugería que iba a tener tal o cual recaudación, mientras prácticamente nadie ofrecía modelos concretos, reales, efectivos. Hubo momentos en los que no se sabía si el nuevo impuesto lo gestionaba Turismo o Hacienda, si lo hacían los dos y quién estaba al frente del proyecto. Siempre pareció que bastaba que una consejería dijera una cosa para que la otra contradijera el anuncio. La comunicación era simplemente un caos, vendiendo cada semana un aspecto nuevo sobre el que no se había negociado el consenso interno.
Algo de esto empieza a repetirse con la nueva reencarnación de la vieja ecotasa. La número dos de Podemos se ve con la Presidenta del Gobierno (PSOE) y sale a la prensa a clamar que el dinero de la recaudación será para finales sociales. Después aparece el consejero del área (Més) y dice que no, que será un impuesto finalista, destinado a las infraestructuras turísticas. Mientras, de Hacienda, que es quien gestiona los impuestos, nadie dice ni palabra.
Aparece el titular de Turismo y dice que el impuesto lo pagarán también los residentes en Baleares, porque el impuesto no puede discriminar (¿y cómo es posible, entonces, que el descuento de residente para los vuelos entre islas y con el Continente sí beneficie únicamente a los residentes y no a los ajenos?) pero entonces un portavoz de Podemos dice que ni hablar, que los locales no han de pagar el impuesto, que sólo tiene que afectar a los ajenos a Baleares.
Digo yo si no podrían sentarse una tarde, cerrar todos los detalles, repetirlos en voz alta y, al salir, mantener un discurso único. Esta dinámica simplemente es impropia de gente seria.
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