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EDICIÓN ESPAÑA

Opinion

Siete mil millones de turistas

Yo no soy un ecologista. A mí no me van esos exagerados que sacan las cosas de contexto y que sueñan con un mundo lleno de mariposas y arroyos con pececitos de colores. Si queremos vivir, si queremos bienestar, el planeta ha de sufrir. La cuestión es cuánto. La cuestión es cómo controlamos que no se nos escape de las manos.

A mí me llama la atención e incluso me enfada el fuerte contraste entre el discurso y la realidad, entre lo políticamente correcto y lo que hacemos. Hoy en día todos estamos concienciados en la protección del planeta. No me toquen el planeta que me muero. No se puede ir por la vida sin ser sensible con el planeta, lo cual está bien, pero no resuelve los problemas. La gente sencilla, el hombre de a pie pide y exige a las multinacionales que dejen de destruir el planeta, que ya está bien de tanta ambición, de tanto enriquecimiento. Este es, matiz más o matiz menos, el mensaje.

Pues bien: este fin de semana, no hay un avión, ni siquiera de los que van a pedal, que no esté volando entre Gran Bretaña y Madrid. Todos. El negocio es tan brutal, que todas las aerolíneas que tenían un avión en tierra, lo han puesto a trabajar. El grupo Iberia se ha puesto las botas, inundando la ruta de servicios con todo lo que tenía disponible. Todos los aeropuertos de Inglaterra y todos los españoles, excepto las islas, están a tope. A las cinco de la mañana del domingo ya eran docenas los aviones que habían partido de regreso. Y eso que, como sabemos, los precios podían llegar a los mil euros por vuelo, en todo caso siempre más de 400. O sea, una barbaridad.

Pero vean la distancia entre el discurso y la realidad. Yo incluso diría la desvergüenza de nuestra sociedad: nuestro amor por el planeta es tal que pagamos 500 euros en cada sentido, mil en los dos, para dañar el entorno, por un simple partido de fútbol. A este nivel llega nuestro amor por el planeta. Esta es la condición humana.

No obstante, como somos cínicos, seguro que hoy iremos a comprar a una cadena de supermercados que ayer anunciaba en las portadas de los periódicos que deja de usar bolsas de plástico en sus zonas de frutas y verduras por bolsas ecológicas. Como si fuera algo comparable.

Hace unos días, saliendo del aeropuerto de Stansted, en Londres, la acumulación de gente que había bajado de los aviones era de tal magnitud, que estuve unos veinte minutos atascado en el pasillo que va desde los fingers a la enorme sala de control de pasaportes. Después estuve otra media hora en otras tantas colas. Viendo ese espectáculo, de miles y miles de personas en una cola, tras bajar de un avión, creo que tengo que reflexionar sobre el planeta. Esto no se sostiene.

Yo soy tan culpable como los demás. Me gusta viajar. Me gusta conocer el mundo. Y no quiero hacerlo a pie, claro. Como todos. Pero esto no se aguanta. No es sostenible. Lo que ocurrió este fin de semana en Madrid es una muestra. La cuestión es bien sencilla: unos pocos pueden viajar, pero si esto se populariza y todos viajamos, el planeta no lo resiste. Y estamos yendo a un sistema en el que todos podemos viajar, todos podemos tener coche, todos podemos tener vacaciones en el Caribe. Y eso desde luego no puede ser. Obviamente, no pido que sólo los ricos puedan viajar, pero no es posible que el planeta soporte a siete mil millones de turistas.

 


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