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EDICIÓN ESPAÑA

Atención a la crisis turca

Este fin de semana pasado, toda Turquía fue azotada por una oleada de atentados. No sólo los ha habido en la peligrosa zona fronteriza con Siria, sino que hubo bombas en comisarías de policía de la misma Estambul y en un consulado de Estados Unidos. En la mayor parte de los casos, se trató de atentados suicidas, que son prácticamente imposibles de evitar y que demuestran la existencia de un fanatismo muy profundo, obviamente de raíz religiosa.

 

Ahora, los conflictos abiertos en Turquía son de dos tipos: los de siempre y los nuevos. Desde siempre este país tiene un enfrentamiento con la comunidad kurda, especialmente a través del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, en turco), mientras que desde hace unos años hay que sumar los conflictos derivados del enfrentamiento sirio, que han repercutido en el interior del país. Turquía es un país islámico muy moderado, donde la religión no era fuente de enfrentamientos y menos con los visitantes extranjeros.

 

El caso turco es extremadamente serio desde el punto de vista turístico porque estamos hablando de una potencia, de un competidor de primer orden, que está también desestabilizado por la crisis del Islam. Las connotaciones del problema en Turquía son profundas y puede que duraderas.

 

Nosotros en España no le hemos prestado demasiada atención porque nosotros apenas enviamos turistas a esa zona (Estambul y la Capadocia son los productos más habituales, pero no masivos). Sin embargo, los países centro europeos están en alerta porque ellos sí tienen millones de viajeros en las zonas costeras de Anatolia. Aún no ha habido grandes problemas allí, pero desde luego, tras las experiencias egipcias y tunecinas, los riesgos se toman mucho más en serio.

 

Francamente, no da la impresión de que el turismo en los países islámicos del Mediterráneo vaya a estabilizarse a la vuelta de un par de años. Los violentos saben que la mejor forma de hacer daño a los gobiernos es arruinar el turismo, porque así crean malestar económico, su caldo de cultivo ideal. Y saben que pocas cosas pueden esfumarse con más facilidad que el turismo. Hoy está y mañana, no. Así, en un instante. Que lo pregunten en Túnez, donde ni siquiera la gran apertura del país, ni la profunda generosidad de sus ciudadanos, han sido suficientes para evitar la pérdida de visitantes tras las últimas tragedias.

 


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