Las noticias que nos están llegando de Europa, básicamente de Holanda, Alemania y Gran Bretaña son estremecedoras: nos permiten prácticamente asegurar que el verano de 2021 tampoco tendremos turistas. Y, para la aviación, podemos avanzar que lo peor está por llegar porque ahora sí que no volará absolutamente nadie.
Estos tres gobiernos están diseñando medidas ultra restrictivas para los viajes, por temor a las variantes sudafricana y brasileña del virus, que temen puedan ser insensibles a las vacunas existentes. Al menos en el caso de la variante sudafricana, los científicos han confirmado que algunas vacunas, para las que se han hecho pruebas, son útiles, pero eso no parece cambiar las cosas.
Para mí, el horror para la sociedad europea –y española, también– es que un año después de la aparición del virus no sólo no estamos ni un ápice mejor sino que las restricciones son aún más severas. En Holanda, desde el lunes los disturbios son extremadamente violentos porque grupos sociales bastante numerosos rechazan más medidas de control. En Gran Bretaña y en Alemania no ha habido incidentes, pero las nuevas medidas pueden suponer la paralización indefinida del turismo y de los viajes. Los datos de contagios son aterradoras en Irlanda, Portugal, Chequia y Eslovenia (todos por encima de los 1.200 casos), mientras que España está por encima de 800 y es el peor país de los ‘grandes’.
Hay que admitir que estas medidas draconianas tendrán una contrapartida, si las cosas van bien: podría producirse una reapertura de la actividad interior en la medida en que las vacunas puedan reducir la circulación del virus. Parece que un año después, tras haber hundido la economía, nuestros gobiernos europeos parece que han descubierto lo que ha hecho Australia y Nueva Zelanda que, en realidad, es lo mismo que ha hecho China, Tailandia y Vietnam, aunque en estos casos con métodos menos democráticos: cerrar las fronteras a cal y canto y mantener la vida interior de la mejor manera posible.
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