Cuando el turismo es adorado

El 7 de septiembre de 2021, una multitud acudió al aeropuerto de Boa Vista, la pequeña isla de Cabo Verde, situada dos horas más al sur que Canarias, en las costas africanas. Iban felices a recibir el primer avión que llegaba con turistas europeos. Hicieron una fiesta, entre música y llanto. Las emociones no se podían contener “porque aquí la gente pasó hambre”, cuenta una empleada de Tui en la isla. Los chorros de agua de los bomberos dieron la bienvenida a los que traían la dignidad del empleo.

Boa Vista, como el resto de las islas que componen Cabo Verde, el país al que pertenecen, es un lugar pobre. Lo ha sido siempre hasta que en 2008 se abrió el primer gran hotel de Riu. Después vendrían dos más de esta cadena y un cuarto de Iberostar. Los hoteles son absolutamente decisivos en la economía de la isla. De hecho, nada existe fuera de ellos. Y los residentes en la isla no sólo lo saben, sino que adoran su trabajo. En Riu están encantados con la actitud de los trabajadores locales y estos están encantados con el turismo, que les permite tener un empleo estable y ganar bastante más que los 130 euros de salario mínimo.

Yo diría que con cinco hoteles más, Boa Vista podría ser feliz: salvaría su maravilloso entorno, tendría el bienestar del empleo y podría prosperar.

Pero todos sabemos que no será así. Para empezar, la población de la isla pasó de cuatro a dieciocho mil habitantes por el turismo. Más hoteles equivaldrá a más inmigrantes (sobre todo de otras islas de Cabo Verde), lo cual generará las espirales que conocemos en Europa.

Pero no deja de ser muy significativo ver cómo los locales adoran al turismo, aunque los turistas no siempre se hayan dado cuenta de que son los que hacen que los hoteles funcionen.

El futuro de Boa Vista a diez años puede volver a ser una repetición de la paradoja del turismo: es la salvación para los lugares en los que no hay nada, pero puede también arrasar lo que era la identidad local.

Pero para eso queda aún bastante tiempo.