¡Dejad el taxi en paz!

Si después de pasar por cualquier aeropuerto español, que cada día más son sobre todo grandes superficies comerciales en las que accidentalmente también se puede tomar un avión; después de volar en cualquiera de las aerolíneas baratas que han convertido a sus empleados en puros vendedores que no abren la boca si no es para pedir la tarjeta de crédito del usuario; si después de ser acosado comercialmente por toda clase de vendedores, cuando creo que he llegado al destino y me podré relajar, el chófer del taxi de Uber que me traslada a mi destino final, saca de debajo del asiento una caja con obsequios, patatillas y otros artilugios, pretendiendo vendérmelos, puede que no me controle y pierda los papeles. Porque lo último es que conviertan el taxi en un supermercado, a cambio de unos pocos céntimos.

Esta carrera absolutamente loca por convertir toda comunicación humana en un acto comercial tiene que parar en algún punto. Lo que está haciendo Uber debe frenarse. Las autoridades tienen que prohibirle que sus conductores sean vendedores y no sólo por razones de seguridad al volante. Si no lo hacen, el paso siguiente será dotar los taxis con neveras y microondas, con estantes de ropa y extractores de aire para una minicocina.

Todos comprendemos que vivimos en una sociedad capitalista, pero empieza a ser fundamental que exista un ámbito en el que uno pueda hablar sin temerse que el interlocutor intentará vendernos una moto, nunca mejor dicho. Es necesario poder hablar con alguien sin esperar que el oyente abra su americana y, colgados del forro, tengamos una gama de productos en venta. No es posible hablar con bacaladeras que es como antes se denominaban las máquinas para pasar las tarjetas de crédito; debemos dejar algún resquicio para el ser humano, para el tiempo, para las cosas simples de la vida. La decisión de Uber de vender productos en sus coches es un paso más hacia la locura.