Si dentro de España tenemos diecisiete normativas diferentes para luchar contra el Covid, todas cambiando casi cada día, en Europa esto se multiplica exponencialmente y, cuando pensamos a escala mundial, no hay quien se aclare. Ahora, en medio de este maremagnum, cada día más rocambolesco, la IATA ha pedido que se utilicen los criterios de la Organización Mundial de la Salud que, ya verán, tienen mucha racionalidad por un lado, aunque encierran algunas sorpresas. En todo caso, parece obvio que es mejor aplicar un criterio que no centenares.
La idea buena de la OMS es que las medidas se correspondan a los riesgos. Por ejemplo, algún país europeo ha hecho que millones de personas gasten una fortuna en pruebas PCR para que sólo se detecte el 1.4 por ciento de casos positivos. Francamente, algo no está bien diseñado cuando ocurre esto. --Por no entrar en la garantía de veracidad de esas pruebas, muchas de ellas fácilmente falsificables.
La IATA ha dicho que “los viajeros se enfrentan a un laberinto de normas descoordinadas que cambian a toda velocidad” que simplemente desaniman al viaje. Ayer mismo, Malta hizo una nota oficial explicando sus medidas porque, al parecer, nadie las entendía. Pero eso significa gente en un aeropuerto, pagándose de su bolsillo unos costes elevados por unas normas incomprensibles.
La OMS recomienda los gobiernos NO pedir prueba de vacunación para entrar o salir de un país, como condición innegociable, exactamente lo que hace hoy la mayoría. En cambio, sí habla de relajar las exigencias de entrada para los vacunados. Pide controles para los no vacunados, incluyendo tests de antígenos y sólo si hay positivos proceder con las pruebas PCR.
Aplicar cuarentenas cuando los viajeros sean de riesgo.
Sin embargo, prácticamente nadie en el mundo hace caso de la OMS. El caso más llamativo es el de Argentina, donde hay un contingente de 600 entradas diarias cuando apenas hace cuatro semanas había unos tres mil viajeros diarios que entraban al país, la mayor parte argentinos.
El problema de este caos es que el viajero ha de ir con cuidado porque en muchos países los costes desorbitados de intentar entrar recaen sobre sus bolsillos. En Gran Bretaña, por ejemplo, proceder de un país calificado como rojo supone tener que estar obligatoriamente en un hotel durante casi dos semanas, con un coste ineludible de 1.500 libras (1.700 euros) por persona.
El problema es que la industria turística era insostenible a todos los niveles pero aún no habíamos querido darnos cuenta. Ha tenido que venir un virus microsópico a sacar todas las vergüenzas y costes ocultos, tanto sociales como económicos, de un negocio que solo sirve para hacer milmillonarias a 4 familias mientras los demás sostenemos a fuerza de impuestos la construcción y mantenimiento de las infraestructuras, los efectos sanitarios de la contaminación, la degradación ambiental, la masificación, los atascos, el encarecimiento de la vivienda, la gentrificación de los centros urbanos, etc., etc.