Los periodistas deberíamos reconocer que nuestro papel es controvertido. Al menos, no siempre acertamos, lo cual es bastante grave.
En esta Semana Santa, por ejemplo, nos hemos equivocado en incontables ocasiones en asuntos relevantes. Yo no diría que con la intención de obtener un rédito, pero por la propia naturaleza de la comunicación, nuestros errores tienen impactos notables.
Ahora mismo, mirando unos medios de comunicación turísticos internacionales, una noticia indicaba que había un fuerte incremento de la confianza en el turismo receptivo europeo mientras que en un segundo medio se venía a decir lo contrario, aduciendo para ello los problemas de visados y controles de entrada. Decimos pues una cosa y la contraria, a gusto de todos.
Otro medio publicaba hace unos días que la suspensión de una ruta de transporte había provocado grandes colas, a lo que un ciudadano que había estado en el lugar decía que los problemas duraron unos minutos, los que probablemente dedicó el periodista, y que inmediatamente después todo se normalizó.
Un poco más delicado aún, leía hace unos instantes un interesante artículo de un periodista que cuestionaba la declaración de Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco que, decía, sólo garantiza la destrucción por exceso de visitantes del lugar supuestamente premiado. Aquí el periodismo tiene su papel: pide la calificación, como un forofo quiere que su equipo de fútbol gane el partido, para después lamentarse de los efectos de lo que él mismo había defendido.
Controvertido, desde luego. Aunque esto palidece cuando lo comparamos con la simplicidad del diálogo en las redes sociales, todavía menos riguroso que lo que podamos ser los comunicadores profesionales.
“Dime quién te paga la pluma y te diré qué escribes”.
El motor de la profesión periodística es: la defensa y protección de la verdad.
Atacar la verdad puede ser una cuestión personal, una convicción malvada o un compromiso que se hace a cambio de dinero, una especie de transacción en donde, por necesidad económica o ambición, el periodista está dispuesto a modificar la forma en que escribe, a engañar a sus lectores y a promover todo menos la verdad.
No, no existe la objetividad en el periodismo porque los periodistas son personas y tienen sus convicciones y visiones de una problemática. Cada vez este sesgo, natural y saludable de la profesión, se convierte en un peligro cuando leemos quién está detrás de una nota periodística, quién financia estos falsos medios de comunicación (desinformación) “tan modernos y progresistas”. Aparecen los mismos nombres de siempre, esos que hacen reír.
El que financia el medio en el que un periodista trabaja es quien le dice qué escribir, cómo hacerlo y con qué objetivo. Así de fácil, miles de periodistas se han vendido como esclavos a un patrono que los amarra con jugosos salarios y falsas promesas de éxito en el campo periodístico.
Así de fácil, han sacrificado la verdad a cambio de unos billetes más o fama.
Luego, de víctimas, una higa.!!!
Un muy buen periodista me dijo que lo primero que aprendio de sus profesores cuando comenzo la carrera de peridismo se resume en la siguiente frase: "No dejes que la verdad te estropee un buen titular". A partir de aqui, que se puede esperar? Encima cualquier puede ejercer, haya estudiado la carrera o no, y, finalmente, como dice Hepa Tando, al final son voceros de su amo, el que paga