Todo apunta a que Europa, la Europa comunitaria, va a llevar nuevamente a la destrucción de otra temporada veraniega, arruinando al turismo por segundo año consecutivo. A diferencia de lo que está ocurriendo en Israel, Gran Bretaña, Serbia, Estados Unidos o Chile, Europa parece haber optado por un camino imposible: ofrecer a los ciudadanos la vacuna absolutamente segura, lo cual no existe, ni puede existir.
La publicidad absolutamente aberrante de los casos de embolia que ha producido la vacuna AstraZeneca en Dinamarca y la consecuente decisión de paralizar la vacunación en todo el continente, apuntan a la idea de que los políticos europeos están decididos a avalar únicamente una vacuna que no tenga riesgo alguno. Esto es exactamente lo que la ciencia no nos ofrece: el riesgo cero. El problema es que, mientras tanto, nuestros mayores se mueren como conejos, nuestras ciudades siguen cerradas a cal y canto y nuestra economía se hunde a niveles desconocidos. El turismo es su primera víctima.
El fondo del problema nos conduce a la idea aberrante del Estado niñera, que nos protege de todo, que nos ampara, que nos cuida, que se desvela por nosotros. Cuando usted ve a un político español o europeo dirigiéndose al público –ponga usted el nombre que quiera– lo hace a partir del supuesto de que él o ella nos protege, nos garantiza la felicidad y nos va a proporcionar una vacuna con cero riesgo. Actúa como si sufriera, como si no pensara más que en nosotros. Es un lenguaje que la masa ha aceptado: exige que nos cuiden, porque nosotros ya no dependemos de nosotros sino del estado.
Pues bien: esas garantías que nos prometen no son posibles.
En medicina, el riesgo cero no existe. Todo lo que hace un médico o un químico es identificar productos que curen más de lo que dañan, pero todo siempre tiene un riesgo, un efecto secundario.
En nuestro caso, hemos parado la vacunación con el producto de AstraZeneca porque han aparecido media docena de casos de trombosis –dicen que son menos de los que se producen entre la población general– pero no nos dicen que en Gran Bretaña, donde se ha vacunado ya a treinta millones de personas, el número de muertos diarios ha pasado de los mil a menos de sesenta y que muchos de ellos deben sus vidas a la vacuna. Europa cambia los pocos casos de trombosis por unos cuantos cientos de muertos más.
El problema para el turismo en todo esta crisis es que la política apunta hoy a que nuevamente se va a llevar por delante el verano, a que va a volver a arruinarnos. Hoy se vuelve a cerrar París; Alemania estudia hacer lo propio; Italia ya está casi toda en zona roja y España va por igual camino. Eso significa muertes, enfermedades y paralización de la economía. Pero nuestros políticos no vacunan porque ha habido algunos casos de reacciones adversas. Simplemente, tremendo.
Hay algo mucho peor que yo me permito escribir aquí: nunca encontraremos una vacuna carente absolutamente de todo efecto secundario. Esto significa que o Europa cambia y se convierte en un continente pragmático, realista, o con su discurso demagógico se va sumir en un caos profundo en el que no será posible vacunar. Ni ahora, ni nunca. O dejamos de magnificar los efectos marginales –sólo si son marginales, por supuesto– o esto será terrible. Seguir difundiendo entre las masas ignorantes ideas estúpidas sobre los peligros de las vacunas es de una irresponsabilidad completa, especialmente en una enfermedad de la que únicamente vamos a poder salir con una acción coordinada, conjunta.
No sé si me dan más miedo las locuras de Bolsonaro, desvinculadas de lo que dicen los científicos, o las decisiones de Macron, igualmente desvinculadas de lo que dicen los científicos. Francamente, estamos a nivel de país tercermundista, gobernados por demagogos y vendedores de crecepelos.
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