Este digital publicaba ayer que hay pisos de tres dormitorios y piscina en la ciudad de Ibiza que se están alquilando nada menos que a 5.000 euros mensuales, 30.000 por la temporada. Los hay más baratos, claro, pero siempre muy por encima de los 600/800 euros que es lo que un trabajador podría pagar por una vivienda decente. Este es el resultado evidente de la liberalización del alquiler a turistas de todo el mundo. Es precio de la conversión de todo propietario en hotelero. La consecuencia de la absoluta ausencia de criterio público en torno a la vivienda.
¿Por qué es extramedamente grave que el precio de la vivienda de alquiler se descontrole? Por los pobres. Los que sufren son quienes no tienen vivienda propia y que necesitan alojarse en algún lugar. Estas son las víctimas, estos son los paganos. Porque aquellas viviendas que en otro momento hubieran estado a su alcance, a precios accesibles, ahora se descontrolan como consecuencia de la presión del turismo. ¿Cómo puede un residente en Ibiza o en cualquier otro lugar del mundo, cobrando salarios normales, competir con un turista que va a pasar unos pocos días de vacaciones en un lugar y, precisamente por el carácter extraordinario de su viaje, está en condiciones de pagar lo que sea?
El problema se llama expulsión del residente, discriminación, exclusión. Que esto lo hagan quienes se llenan la boca con la solidaridad, convierte a la política liberalizadora del alquiler en un horror dramático que hará sufrir a muchos ciudadanos. El caso de Ibiza, el más grave de España, es el ejemplo. Díganme ustedes cómo puede vivir un maestro, un profesional de la sanidad, un policía nacional, en estas condiciones.
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