Imposible la racionalidad con el turismo

El conflicto turístico que ha surgido en Canarias responde a un problema real omnipresente. Lo que dicen los tinerfeños es lo mismo que piensan en Florencia, Venecia, Taormina, Santiago de Compostela, Carcasona o Atenas. Allí donde hay un atractivo, allí se concentran millones de viajeros que inevitablemente destrozan el entorno (Canarias: protestas multitudinarias contra el turismo de masas).

Un servidor está ahora mismo en el centro de Chania, en Creta. Se trata de un gran centro comercial montado sobre una ciudad histórica. Fuera de las murallas, hay edificios enteros que son alojamientos turísticos de venta directa, por supuesto en negro, por parte de los propietarios. Y los hoteles no se quejan porque hay para todos. Es el resultado de Ryanair: vuelos baratos para todos, a todos lados.

Los tinerfeños hablan de la incompetencia de sus políticos, que probablemente tenga algo de verdad. Pero es un fenómeno que nadie ha conseguido controlar o desviar, salvo los países que no tienen ningún interés, si es que hay alguno. ¿Qué hacer ante un tsunami así que nadie ha llegado a imaginar?

El problema tiene muchas caras: por un lado, la absoluta insostenibilidad de un turismo que crece locamente sin que nadie sepa qué hacer; por otro, la comercializacicón de todas las viviendas como si fueran hoteles; luego está la proliferación de vuelos que o los ofrece una o los ofrece otra aerolínea, pero al final todo el mundo viaja a todos lados. Y, finalmente, las redes sociales que ayudan a magnificar el problema.

Yo conozco políticos, por supuesto en la oposición, que dicen que “hay que controlar el número de visitantes”. ¿Nos ponemos en el aeropuerto a rechazar gente? ¿Cómo bloqueamos Internet? ¿Sólo pueden volar los ricos?

El turismo es como los coches: es algo maravilloso que nos enriquece mientras sólo está al alcance de los ricos; cuando se populariza, cuando todos accedemos, empieza el desastre ambiental, la presión demográfica, la pérdida de identidad, la desnaturalización de las costumbres.

Este tema va a arrastrarse durante años porque no es un problema de Ámsterdam o de París, de la Toscana o de la Costa del Sol, es un problema universal que allí donde prende, da riqueza, pero causa un impacto social incuestionable.