Inversión y principios

Cuando en un país hay un 25 por ciento de paro, las exigencias para los inversores extranjeros caen hasta extremos insospechados. De hecho, Madrid y Cataluña dieron un espectáculo poco ejemplar aceptando prácticamente todas las exigencias del magnate americano de los casinos. Si ninguna otra autonomía se sumó a este circo fue simplemente porque no pudo puesto que, si por ellos fuera, allí estarían todos a los pies del inversor. La dinamización de la economía, piensan, bien vale hacer la vista gorda ante lo que nos proponen. (¿La economía o la intermediación urbanística y sus comisiones?)

Sin embargo, si hubiéramos desarrollado una economía competitiva, si hoy no tuviéramos el panorama tan dramático que nos aflige, seguramente nos preguntaríamos si España debe convertirse en una Las Vegas de Europa. Habrá quien lo acepte, pensando en que si no somos nosotros, seguro que otro país 'tragará' y pondrá alfombra roja al proyecto. Pero también debe quedarnos un lugar para defender que este tipo de negocios se basan en la adicción de la gente al juego; que se basa en unas actividades que normalmente rozan el submundo.

Felipe González le llamó prostíbulo, para no ir con muchos rodeos, intentando asociar esta inversión con la conversión de España en el prostíbulo de Europa. Obviamente, no va a ser en este tipo de empresas donde vayan a demandar mano de obra cualificada, ni donde se justifique la existencia de universidades. Ni tampoco allí vamos a ver, como norma, grandes salarios.

La cuestión, al final, tiene que ver con si una economía debe o no respetar ciertos principios morales, más allá del dinero que suponga; tiene que ver sobre si preferimos unos públicos a otros o si sólo nos importa que paguen; tiene que ver con la calidad humana que le queramos dar a nuestro sistema productivo. Si se acepta Las Vegas ¿por qué no aceptar que O'Leary es un genio?