Mi deuda con Ryanair

Mi primer vuelo con Ryanair fue en los noventa, cuando apenas había estrenado sus operaciones al aeropuerto de Barcelona Girona que, como todo el mundo sabe, O'Leary es quien descubrió que están a tiro de piedra. Desde entonces, he volado otras mil veces más con estos piratas, porque ofrecen las tres cosas que yo busco en una aerolínea: puntualidad, seguridad y precio.

Con el paso de los años, he vuelto a volar incluso con las más prestigiosas simplemente porque se han puesto las pilas. Hoy, hay vuelos europeos de British Airways, por ejemplo, más baratos que los de Ryanair, prácticamente con iguales condiciones.

Sin embargo, toda la piratería que Ryanair ha introducido en el mundo de la aviación me ha enseñado algunas cosas que, con el tiempo, le tengo que agradecer. En primer lugar, y sobre todo, he aprendido a viajar ligero de carga. Cuando escuché que una aerolínea te cobraba una barbaridad por facturar los 20 kilos con los que me movía por el mundo incluso para un viaje de fin de semana, pensé que sería incapaz de adaptarme. Pero hoy, viajo prácticamente sin maleta. Apenas llevo cuatro cosas. Obviamente, muchas veces necesito algo que no transporto, pero la solución es tan sencilla como comprarlo. Si reflexionamos, llenamos una maleta con cosas que no usamos, que no tienen sentido y que, encima, tampoco valen mucho. Nada que no pueda comprarse en cualquier esquina si, excepcionalmente, fuera necesario.

Ryanair me enseñó también a organizar mis viajes de otra forma. Antes, un servidor se planteaba ir a una ciudad y entonces empezaba la búsqueda de opciones. Con los vuelos baratos, lo hago de otra forma: miro a dónde hay vuelos interesantes, escojo lo que más me apetece y allí me paso el fin de semana. Con los años, he recorrido los mismos sitios, sólo que el orden y la secuencia no la hice como quería sino siguiendo las pautas del servicio aéreo.

Recuerdo que uno de los primeros viajes con Ryanair desde Mallorca fue a Pisa. Ya en ese vuelo sospeché que aquello no iba a durar. Y, en efecto, a los meses lo cancelaron. Pero yo ya había tenido la suerte de viajar a un lugar desde el que se tiene una magnífica idea de la Toscana. Después vendría Orio, Bolonia, Ciampino, etcétera, pero eso sería mucho más tarde.

No sólo yo he aprendido con Ryanair, también las demás compañías. Hoy, salvo vender 'rasca y gana', casi todas las demás siguen sus pasos: cobran por todo, han convertido a su personal de cabina en vendedores, limitan el peso de las maletas, obligan a sacarse la tarjeta de embarque, etcétera. Antes las aerolíneas tenían una sede, con personal, accesibles, cercanas; desde que llegaron las low-cost todo se hace mediante un teléfono de precio astronómico, con lo que consiguieron que no llamáramos; primero sólo las low-cost actuaban así, ahora, todas.

Aunque hay cosas, por supuesto, a las que uno nunca se acostumbrará: esperar media hora en una escalera no climatizada, ser tratado indisimuladamente como un animal por el personal (la diferencia con otras empresas no está en la palabra 'animal' sino en 'indisimuladamente').

Es como el McDonald's de los restaurantes o el Lidl de los supermercados: siempre se aprende algo.