Después de vivir de espaldas al mundo, ahora tenemos que hacer lo deberes de prisa y corriendo; tras haber ignorado las directrices europeas que nos empujaban a la liberalización, ahora nos debemos apresurar a poner orden en el negocio ferroviario, con la privatización de Renfe. Tarde y, por supuesto, mal, para que todo acabe en las manos de quienes llevan ya tiempo trabajando en este sector.
España, como bastantes otros países europeos, no ha tenido el arrojo suficiente de poner orden en la gestión del sus transportes ferroviarios: mientras Europa avanzaba en el camino de la competencia -con tremendos contrastes, todo hay que decir-, nosotros mirábamos para otro lado. Algún país ya lleva más de una década con toda la gestión de pasajeros privada, en un sistema de semi competencia que ha supuesto una mejora espectacular de calidad y servicio. En otros casos, las compañías tradicionales, las 'renfes' que habían sido los monopolios estatales, ya están presentes en varios mercados, operando con criterios privados de competencia, centradas en la calidad del servicio, en el producto. España, en todo este tiempo, apenas fue capaz de separar la gestión de las vías de tren de la operación ferroviaria. Y nada más.
Hasta que un día nos dio por mirar las cuentas de Renfe, para comprobar, como se hubiera podido imaginar cualquier observador, que aquello es un agujero sin fondo. Por lo que ahora, a la desesperada, decidimos privatizarla en cuatro partes. Después de estar años sin avanzar, ahora, cuando no tenemos operadores, cuando apenas sabemos del negocio, decidimos privatizar porque no hay quien pueda pagar el gasto que tenemos, porque la caja nos ha quedado vacía.
Póngase usted en el lugar de un operador privado, probablemente extranjero: ¿qué interés puede tener en comprar una de estas ramas de negocio de Renfe, si no es a costa de que le vendan duros a cuatro pesetas? Porque a Renfe no le queda otro futuro que venderse a la baja, si quiere que alguien asuma la dirección de una estructura operativa, que como todo el mundo imagina, está caduca y llena de vicios. Para un operador, la tentación de iniciar una etapa nueva, haciendo el leasing de su flota con mantenimiento incluido con un proveedor de mercado, encargándose únicamente de la operación, es muy tentadora: permite hacer previsiones, gestionar de forma simple y eficaz y concentrarse en el marketing que permita crear un mercado.
Ya pueden ustedes imaginarse quien va a tener que pagar las facturas de este desastre de Renfe y en qué manos quedará nuestra industria ferroviaria en el futuro. Y contentos que encima probablemente podamos seguir teniendo servicios, aunque sea operados desde el extranjero.
Verguenza de clase politica española.
Teniendo en cuenta que la privatización de Transmediterranea
se hizo en su momento después de renovar la flota, a una naviera de nombre Aznar...con Abel Matutes a la cabeza...ahí es nada. Pues eso algo que si lo hacen bien seria positivo van a dejarlo hecho un braga.
¿Despilfarro? Eso es cosa de los políticos, que se apoderan del sistema productivo y acaban estragulándolo. Hay que exigir responsabilidades a los directivos nombrados a dedo por los políticos. Privatizar no es la solución. Está demostrado con Telefónica, Repsol, Endesa y un largo etcétera. Hay que mantener las empresas públicas pero sin injerencias políticas.
Recomiendo encarecidamente a quien haya escrito esto que se de una vuelta por los ferrocarriles europeos y no europeos. Con seguridad no habría escrito esta sarta de mentiras. En Inglaterra, por ejemplo, que es el modelo ha seguir circulan trenes que si los pusieran aquí la gente no se subía a ellos. Por favor, viajen más para poder comparar. Y no digamos, que los ingleses tuvieron que recapitalizar sus ferrocarriles porque los accidentes eran constantes y solo lo hicieron en el cuarto que costó la vida a varios viajeros.