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EDICIÓN ESPAÑA

Repensar el recorte en turismo

El Gobierno central y la mayor parte de las autonomías están recortando fuertemente el gasto en materia de promoción turística, debido a la conocida carencia de recursos. La decisión se está presentando como un hecho consumado que, en medio de la trágica situación que está viviendo el país, tampoco genera muchas protestas. Es como si ahorrar en publicidad fuera aceptable.

 

Sin embargo, parece evidente que un tema de esta importancia merecería una reflexión más cuidada. La promoción del turismo no es un gasto arbitrario ni superfluo: se trata de una partida con incidencia directa en la generación de exportaciones (el turismo es exportación), generadora de empleo y de ingresos fiscales para el Estado, precisamente en un momento de urgentes necesidades.

 

La promoción del turismo no es una campaña de publicidad de la que de forma muy tangencial podemos esperar algún impacto a largo plazo; por el contrario, sus consecuencias van directamente a Hacienda y a la Seguridad Social en forma de ingresos y a las cuentas del paro, en forma de menos gasto y, normalmente, su impacto se percibe al año siguiente. Recortar en esta promoción puede ser comparable con quien, parado y sin recursos, decide no gastar en salir a buscar trabajo, en imprimir su 'curriculum vitae', cuando es lo único que le puede salvar, lo único en lo que no debería escatimar.

 

Tal vez por este motivo tan urgente, el Gobierno debería analizar con más cuidado este tipo de recortes, lo cual no quiere necesariamente decir mantener las cosas como están. Analizar significa evaluar, comprobar solapamientos, crear sinergias, compartir equipos, centrar estrategias. Quizás sea el momento de que las diecisiete autonomías se repartan el gasto, compartan mensajes, dejen de lado la politiquería habitual de los líderes locales y apuesten por una gestión conjunta; tal vez sea el momento de estudiar cómo hacer para que las campañas promocionales autonómicas, también muy reducidas, encuentren puntos de contacto con lo que hace el Estado, para llegar a los destinatarios con intensidad y a un coste aceptable.

 

De entrada, recortar el gasto en promoción del turismo no parece una idea que se pueda adoptar sin consultas y reflexión. Es cierto que en los años de bonanza hicimos cuanta locura hay, pero tan errado era aquello como lo sería hoy aplicar las tijeras sin más. El sector debería exigir un plan intenso de promoción, basado en la confluencia de intereses, en compartir infraestructuras, en repetir pocos mensajes pero claros. Lo contrario es un pez que se muerde la cola.


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