Llega otro Hidalgo

En las horas finales de la pasada semana ha sido noticia la decisión de Juan José Hidalgo de testar ejecutivamente el conjunto de su obra, amasada peldaño a ladrillo, en ocasiones sin cemento ni argamasa, durante muchos años, dentro de una operación que algunos han calificado de “sorprendente” y “sorpresiva”.

No le tomen el número cambiado al “patrón” de Villanueva del Conde porque JJH morirá con las botas puestas. Algo creo conocer al personaje y su latir vital le habrá dicho que el tiempo pasa para todos, incluso, para los “made self man”.

En este mismo papel digital he leído hace unas horas que el retorno de Javier Hidalgo ha insuflado moral a la pléyade de empleados y trabajadores del conglomerado turístico Globalia. Me alegro mucho, sinceramente, si las cosas son como se describen. Entre otras cosas, porque conozco al “hereu”. Pero para este tipo de apuestas en las que el factor humano es siempre lo decisivo, reitero aquí un consejo que un día me diera Adolfo Suárez durante una velada en el hostal “La Gavina” de Gerona cuando el presidente estaba en el cénit de su gloria: “En la vida, querido Graciano, y en cuestión de nombramientos la cuestión es como en el casino, lo importante no es cómo se entra, si no como se sale…”.

El tiempo, en efecto, todo lo arrasa. De modo y manera, que hay que dar, además de una o varias oportunidades, ocasión al propio tiempo que se desarrolle y crezca entorno al muchacho de olfato afilado.

Eso.

EN UN 27 DE SEPTIEMBRE

Hacer turismo, reconocer el mundo, tener la ocasión de pasar un tiempo lejos de las ocupaciones habituales y del trabajo (quienes lo tengan) es algo que la ONU debería recoger en su catálogo fundamental de Derechos Humanos.

Porque el turismo responsable –no los que compran el billete de avión y una pensión en busca de licor barato y todo eso- es antes que nada cultura que lleva directamente a la tolerancia, al respeto a los demás y sin duda a entender que el mundo es una pequeña barca averiada en la que sus pasajeros somos esencialmente iguales.

Ya es una verdad ampliamente reconocida que, por ejemplo, España empezó a cambiar de piel en los lustros finales de la dictadura cuando el país abrió sus fronteras y sus playas, pueblos y ciudades fueron holladas por extranjeros de todo tipo y condición. La sociedad fue delante de sus caducas instituciones y los españoles creyeron, pese a la oficial noche negra, que no eran inferiores a nadie. Ahí empezó el cambio. El milagro que pacíficamente pondría fin a una guerra civil y sus corolarios posteriores.

Digo todo esto porque el recientemente pasado 27 de septiembre se festejó el Día Mundial del Turismo, en esta ocasión bajo el lema “Turismo para todos”: esto es, promover la accesibilidad universal.

Un reto sin duda necesario que deben contemplar los destinos en su planificación estratégica. Dice la Organización Mundial del Turismo (OMT), una de las pocas instituciones globales que funciona con una cierta precisión, que todos los ciudadanos tienen derecho a conocer por sí mismos la belleza y diversidad del mundo en el que viven. Ya hemos escrito, por obvio, que la actividad turística es la mejor carta de presentación de cualquier territorio y el más potente vehículo de interculturalidad, paz e integración. Por ello no se puede excluir a nadie. Debe ser un compromiso ético de los responsables políticos e institucionales y los empresarios.

No sólo representa un compromiso ético, social y justo. Representa también una oportunidad de crecimiento, tanto en volumen de llegadas como en cifras de negocio. En los próximos años, previsiblemente y según los expertos, se incrementarán las ofertas adaptadas y orientadas al colectivo de los discapacitados.

Otro reto, por tanto. Pero los retos están para cogerlos por el cuello y superarlos.