Debimos darnos cuenta hace unos años cuando un edificio construido apenas tres años antes colapsó (que quiere decir que se derrumbó estrepitosamente) debido al “leve” terremoto de Lorca. Entonces pocos nos percatamos de que la forma de trabajar en este país empezaba a distar mucho de ser correcta. Existe falta de profesionalidad, falta de control y conformismo por parte de usuarios/consumidores.
No fue sólo el edificio de Lorca. Podríamos sumar muchos ejemplos: cualquier obra de Calatrava, sin ir más lejos, el aeropuerto de Castellón donde no podían aterrizar aviones por el mal diseño de la pista, la plataforma de los Jardines de Sabatini donde se celebran actuaciones con riesgo de hundimiento durante este verano pasado...
La verdad que somos un país de pandereta y día a día lo corroborábamos con diversas noticias.
Pero hete aquí que ahora sí lo vamos a pagar y muy caro. Tenemos el primer caso de contagio del virus del ébola fuera de África. Y lo peor no es esto. Lo grave es la cadena de acontecimientos, de falta de protocolos y de formas de actuación chapuceras que nos han llevado a tardar una semana en diagnosticar a una auxiliar de enfermería con alto riesgo de contagio como portadora del virus.
Se me ocurrirían muchos chascarrillos sobre el tema, tipo transcribir la conversación cuando ella llamó para comunicar que tenía décimas de fiebre (30 de septiembre), sin embargo, la situación es lo bastante crítica para que se me haya desvanecido el buen humor.
Nos acabamos de jugar como país nuestro futuro y nuestra principal industria: el turismo. Si se cancelaban reservas a Kenia y Tanzania por miedo, hemos hecho peligrar hasta el Mobile World Congress de Barcelona.
Y que nadie me malinterprete: a los religiosos españoles que hacen una labor encomiable en África había que repatriarles; no sólo a ellos, a todo su equipo, que la solidaridad no debería de entender de pasaportes. Y deberíamos haber enviado ayuda humanitaria, pues se me cae la cara de vergüenza pensando que carecen de lo mínimo: comida para alimentar a los enfermos en los hospitales, mascarillas y guantes, personal sanitario… que si conserváramos una pizca de humanidad no nos habríamos desayunado desde hace medio año con el ébola en África.
Lo hecho, hecho está. Ya hemos demostrado que lo de que Europa empieza en los Pirineos no era una burda falacia inventada por nuestros detractores.
Ahora rogaría a nuestras excelsas autoridades que congelaran cualquier inversión en promoción turística, sea estatal, autonómica, regional, local, o de patio de comunidad de vecinos, y todo ese dinero se emplee en protegernos del virus del ébola. No hay mejor promoción turística que gozar de unas garantías sanitarias de primer mundo que han fallado. Restablézcanlas y recen mucho: el ébola puede ser la gripe española del siglo XXI.
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