Cambios, en plural, son los que estamos viviendo en muchos órdenes de nuestra vida profesional, empresarial, institucional y personal. Cambios como la nueva “tasa” turística catalana, que no será tasa sino impuesto sobre actividades relacionadas con el turismo porque no dará servicio alguno como contraprestación a quienes tengan que abonarlo.
Más cambios son los que se derivan de la llegada al frente de la Administración Turística del Estado del nuevo ministro de esto –el Turismo- y también de otros asuntos varios que lo preceden en la denominación de su cartera: cambios de los altos cargos a partir de la nueva estructura político–administrativa del gobierno nuevo. Lo que apenas cambia es la ubicación y el rango de las escasas competencias turísticas residuales que aún se dirimen en Madrid. Quienes, de modo tan absurdo como infructuoso, han abogado a bombo y platillo últimamente por la creación de un ministerio específico de turismo se han quedado con las ganas, porque el nuevo presidente del gobierno de España no está –afortunadamente, en mi opinión- por la labor de sacarse de la manga tan innecesario ministerio para tan reducidas competencias no traspasadas, salvo esa promoción no siempre bien concebida ni llevada a cabo desde la capital del Estado.
Como mucho, en todo caso, se ha perdido la oportunidad de darles brillo si las hubieran ubicado en un departamentito, en diminutivo, adscrito a la Presidencia o a la Vicepresidencia del Gobierno. Tendremos, pues, una secretaría de estado como las de otras épocas dedicada básicamente a atender las muchas actividades de asistencias a ferias y congresos, publicidad y relaciones públicas e inútiles mesas sectoriales. La ubicación del turismo en la nueva administración es más de lo mismo. Cabe esperar, no obstante, que el nuevo secretario de Estado ataje la “Turespaña bis” que el saliente titular de la SGT montó para disfrute propio en Segittur, y para esquivar, a través de esa artificial estructura no estructural, a los funcionarios de carrera de la casa poco o nada proclives a seguirle el juego de su egocéntrica búsqueda de imagen.
Son tiempos de cambios, en plural. A los nuevos gobernantes le toca asumir los pasivos dejados en herencia por sus dispendiosos antecesores y, por el otro lado, los activos inherentes al cargo. Tendrá que haber restricciones y recortes presupuestarios y de gastos. Y, una vez más, algunos deberán asumir que en política, el turismo apenas es relevante. No en vano son cinco décadas ya de maná llovido del cielo y, tal vez por esto, los gobernantes confían en aquello de cambiar tan solo algo para que nada cambie.
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