Peripecia en el check-in

La compra de los billetes, si acaba bien, siempre tiene el premio del viaje, por lo que pronto se olvidan las peripecias. Aunque, en realidad, esto no ha hecho más que empezar.

Comienzo por una situación que viví en primera persona, este verano. Es cierto que se trata de un caso infrecuente, pero recordad que no voy a tratar qué le pasa al viajero cuando se encuentra que su maleta supera las medidas máximas (variables de compañía en compañía), o el peso aceptado (hay quienes sólo permiten siete kilos en la maleta de mano), o el número de unidades que lleva en mano, todo normalmente variable de compañía a compañía y, a veces, hasta de aeropuerto a aeropuerto. O cuando va a pagar un exceso de peso y se encuentra con que todo el dinero que lleva no le basta y debe recurrir a saquear su tarjeta de crédito, en un momento de angustia, tensión y nerviosismo.

Volvamos a mi historia, que ocurrió delante de mi, este mes de agosto, en el check-in de una compañía extranjera, operado por Iberia: una joven que se encargaba de controlar la identidad y expedir la tarjeta de embarque, indica a una pasajera que, lamentablemente, no podría viajar porque no tenía pasaporte y Gran Bretaña, su destino, no era Europa y por lo tanto no bastaba con el DNI. La joven se quedó lívida, desencajada, incapaz de comprender cómo no podía volar sólo con el DNI español. De nada sirvió decir que muchas otras veces había volado sólo con el documento de identidad, que ella creía que Gran Bretaña es Europa, que incluso a la llegada allá nunca le han pedido el pasaporte. No, que se tiene que quedar en tierra, porque este no es un vuelo nacional.

No me parece mal que la joven empleada de Iberia desconociera la normativa, porque uno no sabe de todo y, como es obvio, no todo el mundo recibe la formación previa suficiente para hacer un trabajo de check-in en un aeropuerto. Pero sí me parece absolutamente intolerable que la joven se invente tranquilamente una interpretación de la legislación y se la suelte atrevidamente a una chica que, antes de partir, ya empezó a sufrir el trastorno de ver su viaje frustrado.

Finalmente, el arreglo se produjo a la española: tras no ser capaz de contactar telefónicamente con los responsables de la aerolínea, la joven le acepta hacer el check-in “porque aquí se hacen muchas cosas raras y voy a intentar colarla”. Insólito, pero cierto. Obstáculo número uno, superado.