Les propongo un ejercicio: acudan a la hemeroteca de Canarias y resuman los dos últimos años de los principales hitos del conflicto político empresarial en torno al hotel Riu Oasis de Maspalomas. Además de entretenerse unas horas, el repaso a estos titulares los conducirá a una primera conclusión, al menos es la que yo he obtenido: lo que tocan algunos políticos es resultado seguro de parálisis.
Desde que el Cabildo de Gran Canaria iniciara los trámites para declarar BIC la zona donde se ubica este establecimiento turístico, en abril de 2013, con el consecuente freno a los planes de Riu para demoler el inmueble y construir uno nuevo hasta hoy, este asunto se asemeja a un guion de novela mala, de culebrón televisivo, si quieren. Tenemos a este importante grupo empresarial español volcado en la renovación de una de sus instalaciones hoteleras de Gran Canaria y para la que está dispuesto a invertir una importante suma de dinero; tenemos también a quienes supuestamente deben agilizar los trámites burocráticos y velar por la legalidad vigente (las instituciones), pero que visto lo visto solo ponen obstáculos al proceso; y tenemos incluso al personaje histórico, Cristóbal Colón, que según algunos estudios recaló en esta zona de la isla, hoy declarada BIC, y al que deben estarle pitando los oídos en su tumba de la catedral de Sevilla.
Si el afamado descubridor de América levantara la cabeza, me da que no entendería nada del revuelo que su figura ha provocado en un espacio del sur grancanario. Posiblemente, a Colón le habría gustado disfrutar de unos días de descanso en un hotel totalmente renovado, como llevan años pretendiendo sus propietarios. Porque imaginen ustedes si los Reyes Católicos le hubieran puesto tantas pegas a su misión: se habría quedado en el puerto de Palos de La Frontera, en Huelva, tomándose una cañita y unas gambas rojas y pensando “qué aburrido me tienen; me llevo la expedición a otro lado”.
La cadena Riu tiene que estar harta de ver, además, los tejemanejes que representantes públicos se han traído entre manos con este asunto y que han acabado en manos de la Fiscalía. Harta de la inacción, de las piedras en el camino, de comprobar que a pesar de seguir interesada en mejorar su establecimiento y no haber tirado la toalla muchos no entienden el flaco favor que están haciendo a las inversiones turísticas en las Islas.
Porque detrás de todo esto, desde mi punto de vista, solo hay intereses particulares de unos pocos empresarios a los que no les gusta la competencia; de algunos políticos que se someten a las presiones de aquellos pocos; de esos mismos representantes públicos que no entienden aún –y mira que han pasado años– que vivimos del turismo, pero que no estamos solos en el mundo. Que si seguimos aburriendo a los inversores, a quienes eligen nuestro archipiélago para crear riqueza, se darán la vuelta en busca de otros lugares donde se les facilite esta labor que, al fin y al cabo, repercute en la sociedad y en el bien común.
Y cuando todos aquellos que quieren invertir nos den la espalda nos iremos a llorar al barranco. Entonces sí será verdad, y no ahora, el mantra que llevan repitiendo muchos acerca de que los hoteleros no creamos empleo. ¿De verdad es lo que queremos para Canarias?
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