Los sentimientos, la lucha, la desesperación, la locura, se juntan en tu cabeza cuando solo tienes 27 años y presencias un accidente de las dimensiones de los aviones de Pan Am y Klm. En esos momentos actúas por instinto, guiado seguro que por el corazón que ve más que los ojos, a veces. Solo a veces.
Les cuento la historia brevemente:
El aeropuerto de Los Rodeos, hoy llamado Tenerife Norte. Ahí me hallaba ese fatídico día, como muchos otros.
Estábamos sentados cómodamente en el despacho que la compañía Spantax tenía en el Albergue, un pequeño hotel utilizado en aquella época por las tripulaciones, y alguna alma perdida.
Yo siempre he creído que el 7, 17, 27 han sido los números de mi suerte; muchos años después así sería, cuando en Air Europa incorporamos el B737, o el 757 el número de teléfono de esa compañía que era el 971 737757.
Pero definitivamente ese día 27 de marzo de 1977, a las 17.17 horas, se produjo la mayor catástrofe aérea que todos conocen de los Jumbos de KLM y Pan Am, y el 7 no fue mi número de la suerte.
El primer ruido que oimos fue como la explosión de una bomba, no podíamos ver nada desde la amplia ventana porque la niebla era densa y en lugar de blanca, su color era más bien grisaceo.
Salímos a la pista o parking y vimos correr a gente gritando que se había estrellado un avión.
Cogimos el coche, un Seat 124 de la compañía, y a medida que íbamos dejando el parking el número de personas que se subieron en el coche ya no las recuerdo, pero gente mucha, incluido el propio coronel del Aeropuerto; la llegada a la zona fue dantesca y veíamos aquello que la niebla nos dejaba ver, a medida de que el viento nos abría claros para que paulatinamente nos diéramos cuenta de la dimensión de lo acontecido.
Llegaron los autobuses o “jardineras” de Ibería, la ambulancia (solo había una) y todos los increíbles seres humanos que trabajaban en aquel aeropuerto, la mejor gente que jamás he conocido.
La labor de todos ellos y las escenas dantescas todavía perduran en mi memoria. Qué ejemplo dieron todos a la hora de recoger lo que se podía recoger.
En fin para qué alargarse más. Todos conocemos el final de la historia, pero mi recuerdo perdura por el valor de tantos compañeros y de lo que llegaron a hacer.
El pueblo de Tenerife se volcó, fue algo increíble, como increíble era lo sucedido por una estúpida bomba del movimiento nacionalista canario Mpaiac, en el aeropuerto de Las Palmas.
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