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EDICIÓN ESPAÑA

Tango Romeo

Todas las mañanas me acercaba hasta el pequeño aeródromo situado a escasos kilómetros de la capital, pero esa mañana tenía algo de especial y no podría decir por qué. El día era de un hermoso azul y el sol empezaba a ascender. Dejé mi coche en el pequeño aparcamiento que había  justo al lado del hangar, bueno, de los hangares, aunque solo uno estaba abierto, con el fin de enseñar a volar a todo aquel que se acercaba con esa pretensión.

 

Todos los aviones que había se guardaban en ese hangar hasta que el jefe de pilotos mandaba sacarlos a la pista de estacionamiento y a cada alumno se le asignaba un profesor y, lógicamente, el avión en que iba a pilotar ese día. Todo se convertía en un ir y venir de personas, mecánicos, profesores y alumnos.

 

Dentro del hangar había una vieja mesa con varias sillas de madera en una de las cuales yo me sentaba tranquilamente. Me consideraba un espectador de excepción viendo cuánto sucedía a mí alrededor.

 

Los aviones empezaron a producir un ruido ensordecedor ya que, paulatinamente, sus pilotos iban poniendo los motores en marcha; era una especie de precalentamiento. De repente, los profesores subían a bordo y, después de abrocharse los cinturones, cada una de esas aeronaves se iba dirigiendo a la pista de vuelo para poder despegar, lo que hacían uno detrás de otro con un gran orden como si alguien fuera dirigiéndolos desde algún lugar recóndito. Todos escogían la misma pista, antes de salir del aparcamiento todos miraban hacia arriba de una forma mecánica por encima del hangar, donde había una manga como las que se utilizaba antiguamente para hacer café y que indicaba la dirección en que soplaba el viento. La manga era de color rojo y blanco y aquel día estaba hinchada por un viento invisible.

 

Una vez que todos los aviones estuvieron en el aire, me quedé solo oyendo a lo lejos el murmullo de una frecuencia de radio por el que, al parecer, todo el mundo hablaba. Un joven mecánico les iba contestando en una conversación que yo no entendía, con todos y cada uno de aquellos pájaros que estaban volando en aquel cielo azul que irradiaba algo mágico aquel día.

 

De repente, algunas de aquellas aeronaves empezaron a aterrizar y volver a despegar sin pausa, una tras otra. Era como los viejos espectáculos que se hacían en EEUU en esas exhibiciones que uno solía ver en el cine. Todos se aproximaban con unas maniobras casi perfectas y regresaban de nuevo a su medio, que era el cielo.

 

De pronto se me acercó un hombre que me despertó por un momento de aquel mundo fascinante en el cual yo estaba sumido. Era una persona de gran estatura con modales de militar y facciones serias, pero que despertaron mi interés cuando me preguntó qué hacía en aquel lugar, si era piloto o estudiante, a lo que contesté que no, que simplemente sentía fascinación por lo que estaba viendo y que procuraba verlo siempre que mi trabajo me lo permitía.

 

“¿Le gusta la aviación? ¡No sabría que responderle señor!”, dije con toda humildad y con cierto temor ya que era un polizonte allí dentro. “¿Cómo te llamas?“ Su rostro fue haciéndose cada vez más agradable y empezaba a esbozar una sonrisa. Le contesté cómo me llamaba y que lo que me traía muchos días a aquel lugar era esa fascinación hacia ese mundo que había descubierto cuando tenía doce años.

 

“¿Quieres ser piloto? – Claro”, le contesté sin vacilar, “pero no tengo dinero suficiente para hacer el curso”. De nuevo esbozó una sonrisa y me dijo: “Realmente debe gustarte mucho, ya que hace meses que te veo venir con asiduidad por aquí”. Y añadió: “¿Te gustaría probarlo?”. Yo lo miré con una cara que creo que le demostró mi entusiasmo con la idea, pero de nuevo le repetí que no podía permitírmelo.

 

El hombre se quedó pensativo durante un tiempo y me espetó: “Espera un momento, voy a ver si hay algún instructor libre ahora”. Yo le interrumpí y le dije: “Francamente no quiero causarle problemas, no sea que venga el gran jefe y estemos en un aprieto los dos y en especial usted”. Nuevamente me sonrió y afirmó: “Yo soy el jefe, soy el Coronel Amaro, y el jefe de esta base, deja que te haga una prueba y luego seguiremos hablando ¿te parece bien?” Asentí con la cabeza porque se me habían acabado las palabras por la emoción de lo que aquella persona a la que no conocía me estaba proponiendo.

 

Desapareció de mi vista y se fue en dirección a una pequeña oficina que había en el interior de aquel enorme hangar donde, por cierto, todavía dormían algunos aviones. De repente percibí cierto movimiento de los  mecánicos y empezaron a mover un avión hacia la plataforma de aparcamiento. Sacaron un avión modelo I-111, una aeronave de escuela que llevaba pintada las letras en su cola EC-BTR. De nuevo apareció el coronel que en esta ocasión iba acompañado de otra persona a la cual me presentó diciéndome: “Este es el capitán Blasco, es el jefe de instructores y vas a hacer un vuelo de prueba con él”.

 

Entonces percibí que no sentía mis piernas y notaba que el corazón me golpeaba fuertemente en la garganta. El capitán Blasco no esbozó sonrisa alguna, simplemente me indicó con la mano “vamos súbete al TANGO ROMEO” y debo decir que me costó seguirle porque, como ya he dicho antes me costaba mover las piernas.

 

Subí al avión y me senté a la izquierda. Él utilizó el asiento de mi derecha. Empezó de una manera mecánica pero con gran orden a indicarme como había que ponerlo en marcha. De pronto un mecánico se acercó por delante de nosotros y le gritó a mi inesperado profesor, “Calzos puestos”. Empezó manualmente a dar vueltas a la hélice en sentido contrario a las agujas del reloj, luego gritando de nuevo dijo “Magnetos en On”, y empujó la hélice en el sentido opuesto a como lo había hecho antes.

 

El motor arrancó con ciertos estertores y la hélice empezó a girar. Durante unos minutos estuvimos parados con el motor en marcha, hasta que de pronto el capitán grité de nuevo “Calzos fuera”, el mecánico obedeció y cuando se hubo retirado del alcance de nuestro avión, empezamos a movernos suavemente por la pista de hierba hasta la cabecera para despegar.

 

Mi acompañante me indicó que fuera moviendo la palanca de potencia del motor suavemente: “Esto debe ser todo muy suave y debes mantener el avión centrado con la línea blanca que tienes en medio de la pista”. Hice lo que él me dijo, fui dando potencia a aquel pequeño avión y de repente me gritó “cuando alcances los 70 kilómetros, tira suavemente de la palanca que tienes frente a ti y deja que el avión alcance velocidad suficiente para volar, no quieras subir de golpe hazlo nuevamente de forma suave”. El avión empezaba a correr por aquella pista y cuando alcancé la velocidad queme dijo tiré muy suavemente la palanca, de pronto, sin poder creerlo estaba en el aire.

 

El avión ascendió rápido pero de forma paulatina y, lógicamente, él me ayudaba a conseguirlo. “Recuerda”, me dijo, “que el avión está hecho para volar y recuerda siempre que los aviones no se caen,  los tiran”.

 

El espectáculo era maravilloso. Mis piernas recuperaron la movilidad y me sentí como un niño feliz. Aquel instante decisivo marcó para siempre mi vida, me sentí distinto, eufórico y tuve tiempo de admirar aquel cielo azul de aquel hermoso día mucho más de cerca. Ese es el recuerdo que todavía hoy perdura en mis pupilas y me juré a mí mismo no abandonar jamás ese mundo donde pude conocer a toda clase de pilotos, incluso aquellos que eran poetas o escritores. Ese es un mundo que, cuando te acoge en su seno, no puedes abandonarlo jamás.

 

Por cierto, el curso pude pagarlo a pequeños plazos, porque tal vez lo hice bien y tenía el don de volar, o simplemente porque aquel Coronel intuía que todo aquello que había vivido en unas horas sería definitivo para mi vida. Ese hombre, del cual tuve el honor de ser amigo después de algún tiempo, consiguió darle un sentido a mi vida y todo cuanto he hecho en el transporte aéreo. No cabe duda de que, en gran parte, se lo debo a él, al viejo Coronel.

 

 


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    3 Comments
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    Ciclos
    10 años

    Algo así hemos sentido la mayoría de los que somos pilotos y valoramos nuestro trabajo también por los esfuerzos realizados para conseguir nuestra licencia cada uno por su camino.
    Lamentablemente hace unos lustros que gentes en general ajenas a la aviación decidieron que conseguir una licencia debería estar al alcance de cualquiera que lo deseara independientemente de su capacidad y esfuerzo, en concordancia con lo que ocurre en el país.
    Había colas a las puertas de las escuelas donde por cuatro duros se vendían las licencias que según ellos te ponían a los mandos de un jumbo repleto de azafatas y un salario envidiado por un maraja. Lo de la vocación, capacidad y esfuerzo no se llevaba en este país.
    Hoy tenemos que agradecer a aquella panda de impresentables autoridades, mullores, envidiosos paisanos y algún padre del cuerpo que era consciente de las capacidades de su vástago, la situación actual.
    Ciudadanos que se suben en aparatos en los que cuando falla el automatismo en ocasiones se encuentran con pilotos que desconocen los básicos de vuelo y que en sus billetes se incluye el recargo de combustible que supone la estandarización de la operación como es habitual cortando por el mas bajo. Y por supuesto la cuota del seguro. ¿O es que alguien ha pensado que los accidentes son gratis?
    Pero ya se sabe que hay pecados que llevan implícita la penitencia.

    Como no hay mal que cien años dure, hoy nos encontramos conque los salarios y condiciones de vida de un piloto ha dejado en la puerta de las escuelas solo a los verdaderamente vocacionales y con tan poco negocio las escuelas han cerrado. Y esto empieza a tener consecuencias.

    Gani
    10 años

    Tremendo lo de Ciclos.

    Maravilloso lo del piloto vocacional -Tango Romeo-.

    Un aficionado
    10 años

    Que bonito. Me recuerda mi juventud cuando me saque (con el dinero de mi padre) el Titulo de piloto Privado. El primer "solo" me snetia el amo del mundo.. con 17 años. Aun lo recuerdo como algo excepcional. Esto fue en un pa´si extranjero. Cuando volví a España, con 20 añitos, me fui al aeroclub de Málaga, con mi licencia para renovarla en España y seguir volando. Dí con un altivo miembre del Club, con su polo de Lacoste y sus Rayben de rigor. Me miro de lejos y no le parecí adecuado, con lo que me comentó las pagas, me describió los problemas que habia para canjear una licencia europea (allá en el 80) por una ESPAÑOLA, (la buena...) y no le pareci de rancio abolengo ni con sufiente retahila de apellidos como para ser Piloto Privado Español. Ahí lo dejé.

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