Cuando la patronal se suma a los enemigos del mercado

Es muy difícil evitar una sonrisa al escuchar la saga en la que se ha convertido el asunto de los vuelos interislas en Baleares, con la propuesta de una tarifa plana de 30 euros para todos los servicios, a todas las horas, para todos los públicos (incluidos los no residentes), en todas las compañías, en todos los modelos de avión, con todas los tipos de servicio.

Es inevitable una sonrisa porque toda Baleares se ha lanzado a la defensa valiente de esta tarifa, en el bienentendido de que quien asume los costes es el Estado, no sea cosa que la factura caiga del lado local.

Aún más sorprendente es que dos patronales empresariales de Baleares se hayan pronunciado a favor de este tipo de tarifa que elimina completamente las diferencias entre los proveedores del servicio. Una de las patronales señaló que cuanto más baratos los billetes, más se promociona el turismo, mientras que la otra se limitó a mostrar su total e incondicional apoyo.

La propuesta, como se sabe, sale del director general de Aeropuertos del Gobierno de Baleares (de quien no depende ningún aeropuerto, porque es director de un asunto cuya competencia es del Gobierno central), quien sugiere que todos los vuelos cuesten siempre 30 euros. Hoy el precio real que paga el ciudadano, incluso con el descuento de residente, es sensiblemente superior.

¿Quién puede oponerse a que los vuelos entre islas cuesten 30 euros, o sea lo mismo que el autobús (el de Sant Elm a Palma cuesta seis euros para 41 kilómetros, aproximadamente lo mismo, en proporción, al avión a Mahón)? Por lo tanto, es una proposición ganadora. Todos la podríamos defender. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? ¿Cómo es que aún hay productos que son caros?

Sin embargo, la tarifa plana propuesta deja de lado el sentido común. Tener consciencia de esto es, en general, importante, pero en el caso de las patronales demuestra que estamos ante organizaciones que han perdido sus referencias ideológicas. Una patronal, supuestamente, defiende un modelo de mercado de hacer las cosas; donde hay una relación entre precio y calidad, donde la empresa lucha por ofrecer la mejor relación posible para captar a los clientes. Cuando se olvida eso, se corre el riesgo de deslizarse por una peligrosa pendiente que conduce al absurdo. Ni siquiera que los afectados por tan disparatada propuesta sean sus afiliados les ha conducido a pensar un instante su pronunciamiento.

Es un principio de la economía que las empresas buscan extremar su beneficio. Supongo que Podemos no entenderá esto, pero las patronales deberían. En el caso del transporte aéreo, si hacemos que el precio sea fijo, si eliminamos la variable precio, entonces los ahorros tendrán lugar con la reducción de costes. ¿Para qué gastar algo más en un buen servicio, si no se puede repercutir al cliente? ¿Si el competidor va a cobrar lo mismo? ¿Para qué más eficacia, si los precios están prefijados? ¿A dónde conduce que el precio sea siempre el mismo? Por supuesto, a que el servicio sea infame, porque es pura lógica. ¿Esto es lo que queremos en el transporte aéreo?

El precio prefijado, además, es una barbaridad para gestionar los flujos de pasajeros. Todos sabemos que entre las islas los vuelos que tienen demanda son los de las ocho de la mañana y después apenas habrá algunas puntas. Si en todos los casos se paga lo mismo, entonces no habrá incentivo alguno para que un viajero reserve a las diez u once de la mañana, evitando la saturación de las ocho. ¿Cómo se evita este caos? ¿Vendrá después la propuesta de que a las ocho estén todos los aviones disponibles, para después aparcarlos durante el día? Todos estos intervencionismos tienen costes brutales, porque un avión vale un dineral para tenerlo aparcado todo el día en un aeropuerto, salvo a las ocho de la mañana.

La falta de visión y el electoralismo simplista de nuestra clase política es conocido, pero lo de nuestros empresarios es simplemente de ignorancia supina. Porque un empresario debería tener bien claras unas pocas cosas. Primero, que ellos necesitan del mercado para trabajar con libertad, para fomentar la creatividad, para buscar oportunidades. El precio es una variable de mercado fundamental. En el transporte interislas, como en casi todas las actividades, renunciar a esto es renunciar a la mayor parte de las armas de gestión de la oferta y de la demanda.

Pero también deberían tener presente que este modelo desata una dinámica de costes (subvenciones) desmesurada que al final va a repercutir en la sociedad, probablemente en impuestos. ¿De nuevo van a decir que este no es un tema nuestro, que esta es una cuestión de Madrid? ¿En qué lugar del mundo existe algo tan disparatado? Ni Escocia, que tiene un gobierno bastante más progresista que lo que tenemos aquí, se ha atrevido con tal disparate, a islas que sí tienen problemas serios de conectividad.

Tercero, ¿cómo compiten los proveedores de este servicio, si todos los precios son iguales? ¿Cómo se generan los márgenes, cómo se estimula al inversor? ¿Todo dependiendo de la subvención? ¿Queremos compañías que cuiden más sus relaciones con el ministerio que con el cliente? Porque, en definitiva, este modelo supone que el cliente es el Gobierno.

El asunto más dramático es que, además de la tarifa plana, exigiremos una calidad de servicio, o lo que es lo mismo, que haya vuelos en momentos del día en que hay poca demanda. ¿Quién presta ese servicio? ¿La aerolínea? ¿A costa suya? ¿Con qué incentivo?

Todos estos costes al final tienen dos consecuencias inevitables: encarecen el servicio, porque destruyen todo estímulo para la gestión eficaz, y generan subvenciones más fuertes.

Es verdad que es difícil resolver el problema de los vuelos interislas, pero también es verdad que será imposible una solución si se destruye toda referencia al ajuste de oferta y demanda según el mercado. Sin duda, lo más eficaz es un sistema homogéneo de descuentos porcentuales, en un régimen de libre competencia, que obligue a las compañías a luchar por los clientes y a aplicar alguna gestión de las tarifas para redirigir el pasaje hacia las horas de menos demanda.