Hace justamente dos años, el 14 de marzo de 2020, cambió de forma repentina la vida de todos y cada uno de los habitantes de España. El año había comenzado como otro cualquiera (Sánchez decreta el estado de alarma que limita la circulación de personas).
Desde el punto de vista turístico, los viajeros fluían con total libertad y las empresas turísticas se preparaban para afrontar un nuevo ejercicio sin grandes sobresaltos. Sin embargo, a finales de enero ya se empezó a temer que el virus desconocido detectado en Wuhan (China) pudiera llegar a España.
Pero ni mucho menos era un motivo de preocupación. El 31 de enero, un por entonces desconocido (para gran parte de la población) Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, lanzó un mensaje que le acompañará hasta el fin de sus días: “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado” (Los empresarios turísticos exigen la dimisión inmediata de Fernando Simón).
A pesar de que la creciente amenaza del virus llevó a las grandes compañías aéreas de Europa a cancelar sus vuelos a China a finales de enero, todo transcurría con aparente normalidad en el viejo continente. Sin embargo, en febrero empezó el principio del fin. Italia se convirtió en el foco de la epidemia y el coronavirus se propagó en cuestión de semanas por todos los rincones de la geografía europea, cebándose con especial crudeza con España.
El 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente la pandemia de Covid-19. Tres días más tarde, el 14 de marzo, entraba en vigor el segundo estado de alarma de la historia de la democracia, con un durísimo confinamiento domiciliario que tras sucesivas prórrogas se alargó hasta finales de abril.
Lo que parecía en un principio que podría tratarse de un bache pasajero acabó convirtiéndose en un tsunami con efectos devastadores en la industria del turismo. Pese a los amagos de recuperación, las empresas del sector llevan ya 730 días, con seis olas de Covid de por medio, soportando una situación de la que parte de la clase política parece no ser consciente (La nueva ola de Covid-19 devuelve la incertidumbre al sector hotelero).
Miles de empresas se quedaron por el camino
Los hoteles, que se recuperan con mayor velocidad que otros subsectores turísticos, empiezan en algunos casos a acercarse a niveles de ocupación precrisis. Pero todos ellos, sin excepción alguna, arrastran una mochila de deuda de la que tardarán años en desprenderse, si es que lo logran.
Las aerolíneas, por su parte, llegan a marzo de 2022 en una situación aún más precaria, habiendo necesitado muchas de ellas de los rescates estatales para poder resistir tras meses y meses de severas restricciones. Y qué decir de las agencias de viajes. Su dependencia del turismo internacional, el cual se ha reducido a la mínima expresión, ha dejado a estos empresarios, la mayoría pymes, al borde del abismo, provocando la desaparición de más de un millar de puntos de venta.
En todo esto tiempo, en estos 730 días desde la declaración del estado de alarma, se han quedado por el camino cientos y cientos de empresas vinculadas al turismo que antes de la crisis sanitaria eran rentables. Y en el empleo más de lo mismo. Pese a la ayuda de los ERTE, las empresas han destruido decenas de miles de puestos de trabajo. Y los despidos colectivos seguirán a la orden del día en los próximos meses, una vez expiren los ERTE (Las grandes redes planean severos ajustes tras los ERTE).
Hay que reconocer que la situación, a 14 de marzo de 2022, nada tiene que ver con la de hace uno o dos años. La vacunación de la población y el “efecto Ómicron” parecen haber sido determinantes para controlar la pandemia, o al menos para convivir con un virus que ya se ha cobrado la vida de más de 100.000 personas solo en España.
Gracias a la menor letalidad de la mencionada variante, el exitoso plan de vacunación y el levantamiento gradual de las restricciones que tanto daño han hecho a los viajes, el turismo comenzaba a ver la luz a principios de 2022. Todo apuntaba a que este año podría ser, por fin, el del inicio de la recuperación.
Sin embargo, ahora llega una nueva amenaza: el conflicto bélico en suelo ucraniano. La subida de precios que está provocando, unido a la incertidumbre y el miedo que despierta entre la ciudadanía, ya se empieza a notar en la demanda. La duda es saber si lo que de momento es una ralentización de las reservas se convierte en un desplome, lo que podría ser la estocada definitiva para multitud de actores turísticos. Habrá que esperar, sí, pero los empresarios, hasta hace escasas semanas exultantes, tiemblan por el posible impacto de la guerra (El efecto de la guerra: frenazo económico e incertidumbre).
era el guion ......
Dos años desde que un gobierno impuso medidas ilegales sobre sus ciudadanos.
Como suele ocurrir en las dictaduras.