En el extremo sur de la costa mediterránea de la región de Liguria, prácticamente ya en la frontera de la Toscana, Italia tiene un parque nacional llamado Cinque Terre. Se trata de una zona montañosa y escarpada, que desciende abruptamente hacia el mar. De esos acantilados penden unos pocos pueblos cuya belleza es excepcional. Más cuando, por el seno de esa montaña paralela al mar discurre una vía férrea que sólo ve la luz en un puñado de cañones que cortan la continuidad de la roca. En algunos de esos huecos hay pequeñas playas que se pueblan de visitantes apenas llega la temporada. Existe un camino que enlaza dos de los pueblos, Riomaggiore y Manarola, conocido como la Via dell’Amore, que tiene vistas fascinantes y que es extremadamente popular. Como es de imaginar, se trata de un enclave con el mayor interés turístico que podamos imaginar. Los autocares y el ferrocarril, además de los coches particulares, transportan diariamente miles de viajeros de todo el mundo que pasan el día caminando por las escarpadas calles de estos cinco enclaves.
Cinque Terre, pese a su popularidad, puede estar a punto de morir de éxito. A día de hoy, los pueblos mantienen vida propia, siguen sin sufrir grandes transformaciones, aunque empieza a evidenciarse la presión turística. El aluvión de viajeros es tal que las autoridades se están planteando cómo limitar el acceso. En estos momentos, unos dos millones y medio de turistas visitan el enclave, cuando se estima que ese entorno sólo podría suportar poco más del millón. El director del parque nacional, Vittorio Alessandro, declaró al diario romano La Republica que “puede sonar un poco excéntrico querer reducir el número de turistas cuando la tendencia en todos lados es a aumentarlo, pero para nosotros es una cuestión de supervivencia”.
Este verano se comenzarán a aplicar las limitaciones. Pasar por la Vía dell'Amore exigirá disponer de un billete que sólo se expedirá en cantidades limitadas, por lo que el control de este paseo será fácil de poner en marcha. Cuando se agoten los billetes, el viaje no podrá llevarse a cabo.
En el resto del parque el control es un poco más problemático, porque hay que controlar las carreteras. Se estudia un sistema de semáforos que permita el acceso sólo a los coches que puedan lograr aparcamiento, impidiendo que los caminos se llenen de vehículos de turistas que no han encontrado plaza y que terminan obstaculizando la vida habitual.
Entre las medidas que se contemplan también está la de aplicar una limitación al número de pasajeros que acceden al lugar a través del tren. Son viajeros que, aunque no generan un problema con sus coches, llegan en batallón a los pequeños pueblos, causando una alteración importante del entorno y del clima social. La popularidad del tren se ha disparado una vez que los cruceros han comenzado a detenerse en La Spezia, a unos pocos kilómetros al sur, para que más de 400 mil viajeros anuales puedan coger el tren y llegar a la zona en unos pocos minutos. Para este año se espera que el número de turistas de estos cruceros supere con creces los 600 mil.
Se trata del segundo lugar de Italia que se plantea tomar medidas para limitar la presencia de visitantes, tras Venecia, donde por cierto el impacto de las tasas hoteleras que se aplican es bastante limitado. En este caso, al encontrarse todo el territorio dentro de un parque nacional, las posibilidades de coordinar las actuaciones son mayores.
Los alcaldes de estas localidades expresan su temor a que suceda lo que en Venecia, que los residentes se marchen a otros lugares dejando paso a los turistas y a los empresarios de servicios, que pasarían a ocupar su lugar. De hecho, las calles principales de estos pueblos están saturadas de bares y restaurantes, obviamente pensados para los visitantes. Aunque inicialmente los vecinos se han beneficiado de esta presencia, el riesgo de desnaturalización del lugar es alto. Si el parque nacional, piensan los gestores, pierde a los residentes, se quedaría sin un elemento social fundamental para mantener el equilibrio del conjunto.
Como vemos, el problema existe y no sólo afecta a Venecia.
Observen cómo, sin embargo, en Cinque Terre la solución no es poner un impuesto –que bien valdría la pena–, y que no resolvería nada, sino lisa y llanamente limitar los accesos. Como en las cuevas de Altamira.
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