Aunque nadie termine de creerlo, dicen que la crisis económica está finalizando. En cualquier caso hay que reconocer que hoy no se vive la incertidumbre tan profunda que nos acuciaba hace tres o cuatro años. Sin embargo, el parte de daños de estos años de recesión es completamente devastador. El más dramático y visible es el incremento del paro y de la precariedad laboral, el cual es consecuencia de la desaparición de incontables empresas que fueron arrasadas por las turbulencias.
En España, el sector del turismo ha sufrido seriamente la crisis. En algunos de sus subsectores ha habido una verdadera criba, pese a lo cual ha salido mucho mejor parado que otros. Muy especialmente el sector de la hostelería vacacional, que tiene su base fundamentalmente en Baleares y que domina el turismo en las costas e islas, así como parte del extranjero. Estas empresas turístico-hoteleras familiares vacacionales se han salvado, aunque han debido recortar plantillas y salarios. Pero es que en otros lugares, por ejemplo en la hostelería urbana, simplemente han cerrado, dejando a la gente en la calle. O, igualmente grave para la economía, han acabado en manos de los acreedores.
Observen que en España han desaparecido decenas de cadenas hoteleras. Los hoteles de Silken fueron vendidos por el Bank of America; la primera cadena de hoteles urbanos del país, NH, endeudada hasta las cejas, ha vendido parte de su capital a un grupo chino; Hesperia aún hoy nada en un mar de deudas que la ha llevado a estar en manos bancarias; Husa, de Joan Gaspart, acaba de renegociar su deuda para salir de su situación de concurso de acreedores; ABBA acabó atrapada en sus deudas con el BBVA; la quiebra de Rafael Santamaría supuso la ruina de Rafaelhoteles; AC Hotels sale de la crisis en el grupo Marriott mientras que decenas de hoteles individuales están aún en manos de la Sareb, el 'banco malo' que se quedó con los establecimientos embargados por los bancos. Todos conocemos el destino de Occidental Hoteles, en parte en manos de una empresa familiar mallorquina.
Las cadenas hoteleras vacacionales familiares (Melià, Iberostar, Riu, Barceló, el grupo Piñero, Llull o Grupotel, entre otros), faltaría más, también se han tenido que apretar el cinturón y se lo han apretado a sus plantillas y proveedores. Imagino que nadie lo ha pasado bien, que a nadie le ha gustado este esfuerzo. Sin embargo, es fácil imaginar qué no debe de haber ocurrido en cadenas como las mencionadas más arriba, cuyos gestores fueron desplazados por los bancos, ansiosos de recuperar su inversión. ¿Se imaginan cómo puede ser la gestión de una cadena que pasa a manos de un banco, de allí a la Sareb y de allí a un inversor desconocido, y todos angustiados únicamente por cómo evitar la catástrofe financiera?
En cambio, ninguna de las cadenas vacacionales familiares ha llegado a estos extremos; ninguna ha incumplido sus pagos, ninguna ha sido intervenida por los bancos, aunque por supuesto todas han tenido dificultades. Varias de ellas, que antes de la crisis tenían deudas muy moderadas, saldan su paso por los años negros con un pasivo bastante mayor, pero siempre dentro de los márgenes suficientes para controlar la situación. Hoy, tras dos años de repunte, empiezan a reconstruir su escenario financiero, para devolverlo al estado que tenía antes de la crisis.
En buena medida, esta crisis ha demostrado que es mucho más saludable un negocio familiar que no está desesperado por presentar cada años mayores dividendos para sus accionistas, que las empresas financiarizadas cuyos gestores se mueven con el sacrosanto objetivo de retornar la mayor cuota posible de beneficios a sus propietarios, único lenguaje que entienden esos accionistas anónimos. A los gestores de las cadenas vacacionales siempre les dio cierta envidia ver el crecimiento de algunas grandes organizaciones competidoras, capaces de expandirse casi ilimitadamente. Sin embargo, llegadas las 'vacas flacas' se produjo el estallido de la burbuja y toda la expansión y brillo de los 'grandes' gestores se desmontó.
Pasado lo peor de estos siete años de profunda crisis, España –y especialmente Baleares, donde residen la mayor parte de estas 'grandes'– conservan todo su estructura productiva hotelera vacacional con una presencia fundamental en el Caribe y ramificaciones en todo el mundo; conserva la propiedad prácticamente intacta y con un nivel de solvencia elevado, gracias fundamentalmente a la prudencia de las familias, a la moderación con que se ha llevado a cabo la expansión. Precisamente allí donde no se luchaba por el beneficio inmediato, donde no se miraba diariamente la cotización en la Bolsa, donde no había angustia por el dividendo urgente, se logró la supervivencia de la cadena, el mantenimiento de la mayoría de los puestos de trabajo y la credibilidad de las marcas. En algún caso, incluso, el éxito de la fórmula ha sido tal que en plena crisis se mantuvo e incluso hasta se aceleró la expansión.
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