Los aeropuertos, un ejemplo de cómo dilapidamos las ayudas europeas

En Europa también tienen un Tribunal de Cuentas. Sin embargo, a diferencia del nuestro, allí parece que no sólo se dedican a colocar a sus familiares y amigos como empleados del organismo, sino que también miran qué provecho tienen las ayudas de la Unión Europea. Deben de pensar que el dinero debe de gastarse bien, con rigor y con mesura, porque es escaso y porque alguien ha debido de trabajar para producirlo. Entre otros muchos asuntos, el Tribunal de Cuentas europeo ha revisado qué rendimiento, qué beneficios han proporcionado estas ayudas en el área aeronáutica. ¿Y qué se han encontrado?

Varias cosas: en primer lugar, que en casi todos lados algunas partes de este gasto ha sido poco productiva. Pero en segundo lugar descubrieron el caso de España, donde da la impresión de que los aeropuertos se construyeron o se ampliaron sin la menor intención de ser usados. O sea, como si fuera para ganar unas elecciones y después nos olvidamos. No estamos hablando de que una parte de la inversión fuera improductiva, sino que el proyecto en sí parece totalmente alocado. La Unión Europea dedica una parte de su informe al caso del aeropuerto de Córdoba porque es antológico, insuperable, absurdo, sorprendente. (Observen que a nosotros esto no nos llama la atención porque conocemos el caso de Ciudad Real, Castellón, Huesca, León o Corvera en Murcia, donde el esperpento ha sido aún más estruendoso que en Córdoba).

Pero Córdoba va bien como ejemplo: la terminal se amplió en 2008, con una inversión de 85 millones de euros, de los que 13 era dinero de Europa. ¿Y qué ha ocurrido? Pues que el tráfico de pasajeros, que era prácticamente nulo antes de la ampliación, cayó un 70 por ciento hasta 2013.

Los técnicos de la Comisión no salen de su asombro, no sólo por los resultados de la inversión, sino porque la terminal y sus instalaciones anejas se amplían pese a que Córdoba tiene un Ave que funciona de maravilla, cuando está a sólo 40 minutos de un aeropuerto regional estupendo como es Sevilla, y porque encima Málaga está relativamente cerca. O sea, una decisión, explican, que de haber sido estudiada un instante, se tendría que haber descartado. Es que no había la más ligera posibilidad de que funcionara, como así ha ocurrido.

Los auditores del Tribunal de Cuentas europeo señalan como remarcable este caso, pero además apuntan a Badajoz, Burgos, Fuerteventura, La Palma, Madrid-Barajas, Murcia y Vigo como otros ejemplos de este caos inversor. Todos sin control, sin estimaciones reales de la demanda. Todos necesarios para ganar unas elecciones.

¿Cuál es el problema de este país? Sí, cierto, tenemos unos políticos impresentables, pero ustedes lo verán probablemente en los comentarios a este artículo: a nosotros, como ciudadanos, nos va la marcha. Verán que muchos aducirán: “Oiga, si Sevilla tiene un aeropuerto moderno, los cordobeses no son menos, pagan sus impuestos igualmente y, por ende, se merecen una terminal comparable”. O leerán “yo son tan ciudadano como usted, por lo que quiero un Ave en la puerta de mi casa”. O, si lo prefieren y para ser más realista: “mi pueblo, no porque sólo tenga un puñado de habitantes, va a estar sin instituto, sin escuela, sin polideportivo y sin piscina cubierta”. En algunos casos, cuando el pueblo es un poco mayor, también pedimos universidad.

Así funcionamos. Así dilapidamos las oportunidades. Y así nos va.

Es evidente que todo este lenguaje que nos es tan habitual constituye una tremenda equivocación. El dinero es un recurso escaso que debe ser invertido de acuerdo con el beneficio que pueda proporcionarnos. Lo primero es que esas inversiones garanticen el buen funcionamiento de la economía productiva. Es absurdo construir piscinas cubiertas cuando no educamos a nuestros hijos para que puedan ocupar puestos de trabajo cualificados; es estúpido hacer aeropuertos si no atraemos inversiones punteras con las que crear empleo; es ridículo que pidamos el Ave hasta la puerta de casa si lo único que vamos a hacer en ese tren en huir hacia otro país europeo donde podamos ganar un sueldo.

Efectivamente, tenemos políticos ridículos e irresponsables capaces de construir un aeropuerto que no tiene ninguna demanda, pero también tenemos ciudadanos que creen que sólo son sujeto de derechos, como sucede con los nuevos ricos.

Dicho esto, hay un segundo gran problema: esto que denuncia la Unión Europea sigue ocurriendo hoy. El Ave a Galicia es exactamente igual que el aeropuerto de Córdoba; es dilapidar las ayudas europeas para que, primero Pepiño Blanco y ahora Mariano Rajoy, nuestros líderes, puedan presentar credenciales de amor a su tierra.

Hasta el próximo informe europeo. ¿Entienden porqué un día el Norte se va a hartar de nosotros?