Hace unos días tuvo lugar una jornada sobre el transporte aéreo en España. La inauguró la ministra de Fomento y la clausuró el secretario de Estado del sector. Se trata de un tipo de encuentro en el que habitualmente nadie dice nada sorprendente, salvo algún dato cuantitativo novedoso que el calendario hubiera obligado a desvelar en el entorno de estas fechas. Es, en definitiva, un evento de relaciones públicas, para charlar, para decir cuatro tópicos y poco más. Especialmente en estos momentos en los que el mercado está recuperándose, ¿quién va a querer meterse en un conflicto?
De hecho, la ministra llegó a decir que España es hoy por hoy el líder en el mundo en movimiento de pasajeros. No, no pregunte a qué se refería, simplemente recuerde que estamos en campaña electoral, de forma que olvidemos tal tontería.
Entre los que intervenían estaba el presidente de Iberia, Luis Gallego y también lo hizo, simultáneamente, en la misma videoconferencia desde Londres, el presidente de Vueling y futuro máximo ejecutivo de British Airways –desde abril–, Alex Cruz. Gallego no sorprendió, pero Cruz se dejó de zarandajas y aprovechó el evento para decir cosas claras y concretas: el sector aéreo en España está muy por debajo de sus posibilidades y requiere de medidas claras y concretas para permitir que todas las fuerzas remen en el mismo sentido.
Cruz se atrevió a decir lo que cualquier experto entiende: España es una oportunidad perdida, es una joya sin explotar, es un país que podría llegar a tener niveles de calidad y servicio turísticos inalcanzables, a nada que los factores que inciden estuvieran alineados.
Porque, la aviación –y consecuentemente el turismo– son actividades que exigen el concurso de muchos subsectores de actividad: es necesario el Estado, son necesarias las autonomías, son necesarios los empresarios, son necesarios los sindicatos y los trabajadores, es necesaria la legislación y esto en cada uno de los elementos que componen la cadena productiva del sector: desde los aeropuertos con sus numerosos servicios, al mantenimiento, el control del espacio aéreo o el marketing y la comercialización. Las disfunciones en una de las fases de la cadena afectan a todos; es como correr con una mano atada a la espalda. Que es lo que exactamente denunció Cruz y que, en efecto, ocurre en España sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza.
Álex Cruz pidió concretamente una “estrategia unificada nacional de aviación que desbloquee” la “ineficacia del sector aeronáutico”. Y basta. No se regodeó en explicar los detalles. Pero los hay.
Para empezar, tenemos un problema con la gestión aeroportuaria, de una grave y profunda ineficacia. Sobran los ejemplos, pero para no ir lejos, vean el comentario que esta misma semana hizo Ryanair al pedir que en invierno se bajen las tasas aéreas para propiciar el incremento de usuarios de los aeropuertos. La irlandesa tiene toda la razón del mundo: no se puede cobrar lo mismo en verano que en invierno, porque es irreal. En invierno, los aeropuertos tienen sus instalaciones infrautilizadas (cuyos costes, por supuesto, se mantienen en lo esencial) pero nadie hace ningún esfuerzo para ocuparlos. ¿Qué haría un gestor profesional? Pues atraer clientes bajando precios para intentar después obtener ingresos cuando los tiene en las terminales.
Para continuar, la gestión del espacio aéreo es de traca. No ya por los salarios desorbitados que algún ministro impresentable aceptó pagar ante el chantaje de los controladores, sino porque en España el volumen de pasajeros de Barajas –cuatro pistas, 41 millones de viajeros– es muy inferior al de Heathrow –dos pistas y 78 millones de usuarios– y encima tenemos problemas cuando hay que cerrar una pista. No hablemos del ridículo que hacemos comparando nuestra gestión con Gatwick –una pista y 40 millones de pasajeros– y El Prat –dos pistas y 37 millones. Aquí, sin dos pistas El Prat estaría bloqueado simplemente porque la gestión es infame.
Las autonomías y los municipios no se coordinan ni entre sí, ni con Madrid. El caso gallego es de chiste. Pero Cataluña no le va a la zaga, cobrando un impuesto a los turistas para con su recaudación financiar vuelos de Ryanair, alterando claramente la competencia entre las aerolíneas.
Más serios son los conflictos internos en los diversos niveles de la profesión. La cultura de diversos colectivos, especialmente del sindicato de pilotos, es inconducente, chulesca y arrogante, como es fácil de ver leyendo los comentarios que publican en tromba cada vez que alguien les contradice sus prejuicios.
Los empresarios no quedan a la zaga. La que fue siempre la mayor empresa de este país ha tenido gestores dignos de un circo. Recordemos las decenas de planes estratégicos presentados, las idas y venidas en sus planes de flota, de marcas, en cómo dirigirse al mercado, todo mientras la realidad iba empeorando y empeorando. El primer empresario privado de la aviación española es inenarrable. Basta hablar con él un instante para comprender que aquello carece de lo mínimo que se requiere para hacer una gestión moderna de una empresa. Y, como consecuencia de esta estructura de empresarios, muchos mandos intermedios son indignos de superar el rango de maletero en un aeropuerto.
“Tenemos miles de millones de euros de valor que están bloqueados, listos para usar pero que no se hace porque tenemos una larga lista de ineficiencias del sector aeronáutico. España tiene un poder de atracción tremendo, el momento social y político sigue siendo tranquilo, pero no sabemos aprovechar la oportunidad”, dijo Cruz, para protestar por esta lista de ineficiencias. Tiene razón. Si aquí hubiera una estrategia para sacar adelante la aviación, pues simplemente no habríamos vivido la muerte de decenas y decenas de compañías aéreas, ni habríamos perdido toda presencia en amplios sectores del negocio aéreo internacional, ni nos habríamos visto invadidos por una compañía aérea irlandesa que se ha quedado con el mercado mientras nosotros estábamos peleando entre nosotros.
Este mismo viernes, la prensa londinense publicaba el enfado de Willy Walsh por la ausencia de decisión sobre una tercera pista en Heathrow, amenazando con llevarse parte de sus vuelos a Dublín o a Madrid. ¿Entendemos por qué esto sólo es una amenaza? Mientras no tengamos la casa en orden, las oportunidades, como esta, nos van a pasar por delante, sin olerlas.
!Buen artículo!. La oratoria de Cruz, es buena y el contenido mejor. Los que han de recibir el mensaje, no saben, ni están preparados para interpretar. Son los políticos que, al final deciden sobre los técnicos de la administración.
Los aeropuertos los ven como "cajeros automáticos" para obtener dinero, hablo del caso canario, los gobiernos autonómicos. Las legislaciones en temas como transporte terrestre, complementario al aéreo para nutrir de pasajeros a lo vuelos, está con normativas axfisiantes, al igual que el desarrollo de cualquier producto que pueda complementar al pasaje. Un pasajero hay que traerlo, y poder dar servicio, y eso empieza por que tengamos competencia en servicio, mejor precio para un excelente servicio. Y tal, como está ahora, es complejo. En el resto de España, están , más o menos, igual. Pero por algo se empieza sr Cruz.
Cuando se pierde un partido de fútbol, la grada se vuelve hacia el palco y produce una ostensible pañolada. El diagnóstico de A. Cruz y el del artículo pueden valer. Ahora hay que sacar los pañuelos. ¿Dónde están las contribuciones a lo largo de los últimos 15 años de los ministros de turismo, los secretarios de estado de turismo, los de transporte, los de los directores generales de aviación civil, los subdirectores de transporte aéreo y aero puertos ... ? Ahora toca sacar los pañuelos...