Este miércoles, Boeing entregó un Boeing 787 Dreamliner a American Airlines. Esto no sería noticia de no haber transcurrido nada menos que 15 meses entre el último avión que fue entregado en mayo de 2021 y este. Es el primero de los nueve que American espera recibir este año (Alivio en Boeing: el 787 vuelve a ser fabricado).
La reapertura de esta línea de negocio, que tiene lugar después de la plena normalización de la producción del 737Max, aporta un factor de calma en la compañía, sometida a una tremenda presión financiera.
El problema con el 787 fue una derivación de la crisis del 737Max. Algunos ingenieros comenzaron a denunciar anomalías en los procesos de producción que llevaron a la FAA (la Agencia Americana de la Aviación), extremadamente sensibilizada con la crisis del Max, a revisar todos los procesos de producción del Dreamliner. Esto condujo a la paralización completa de la producción y también de la entrega de estos aviones, mientras se solucionaba una larga lista de defectos en la producción.
Todo el retraso y las complicaciones que se han generado con el 787 –excluido el asunto del 737Max– ha costado a Boeing nada menos que 5.500 millones de dólares, además de daños importantes en su reputación.
La compañía recupera de esta manera su curso. Ahora, su gran reto pendiente es la finalización del 777X, con el que tiene problemas para su certificación.
Igualmente, más a largo plazo, Boeing tiene que escoger una salida a su problema con el Airbus 321XLR de su principal competidor, para el que el fabricante americano no tiene alternativa. La compañía estadounidense contempló el desarrollo totalmente nuevo de un modelo adecuado, pero lo ha ido retrasando. Ahora, el 321XLR está cerca de salir a la venta mientras Boeing no tiene ni alternativa ni decisión sobre qué hacer.
Pese a todo, los problemas desde ayer son mucho menores, al menos de cara a su cuenta de resultados.
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