España se ve incapaz de crear vacaciones flexibles

Tanto los consumidores (turistas) como los proveedores (hoteleros, transportistas y agencias de viajes) saben perfectamente el enorme desaguisado que tenemos en España con las vacaciones: todos salimos el mismo día, llenamos unos hoteles que lógicamente no tienen capacidad para atender tanta demanda, pasamos largas horas en los aeropuertos y carreteras, y como consecuencia tenemos que pagar mucho más caro lo que, de otra forma, nos habría salido más barato.

El problema tiene dos aspectos: por un lado, las vacaciones escolares y laborales, excesivamente concentradas en los mismos periodos de tiempo, y por otro el calendario de festivos, reconocidamente absurdo. Los hoteleros de las zonas turísticas conocen perfectamente que salvo en Semana Santa, en los tres o cuatro puentes nacionales que todos conocemos y en agosto, el turismo español es mínimo. En cambio, cuando salimos, ahí estamos todos (ahora menos, por la crisis, no por una diversificación), amontonados, desesperados buscando un apartamento, disputándonos una plaza de avión.

No toda Europa tiene resuelto este problema, pero en varios países las cosas funcionan con más racionalidad. Por ejemplo, en varios casos, las vacaciones escolares son de fijación libre por parte de las escuelas, de forma que están distribuidas a lo largo de un mes, pero en semanas diferentes. Los trabajadores, igualmente, suelen tener sus vacaciones de verano entre mayo y octubre, sin que haya una concentración en agosto, como nos ocurre aquí.

Pruebe usted hoy a ver qué cuesta un vuelo para el 17 de abril; haga lo mismo con el 31 de julio... Esos días, todos los operadores intentan desestimular el viaje, porque la demanda es desmesurada. En cambio, mire usted qué cuesta un viaje similar en una fecha anodina, y verá que las compañías tienen que bajar los precios a niveles inaceptables para ellas, de forma que crear una demanda inexistente.

El Gobierno central actual accedió al poder anunciando que iba a abordar este asunto, pero finalmente se ha enredado sin llegar a nada. No es que el Gobierno sea incapaz de resolver esto, que lo es, se trata de que llevamos ya varias décadas hablando del mismo asunto, sin que resolvamos nada. Lo cual es importante por dos motivos centrales: por un lado, porque tenemos derecho a una cierta calidad de vida, a disfrutar de los recursos que tiene el país, y que todo eso no sea a unos precios desmedidos. Y, en segundo lugar, el 11 por ciento de la economía española es turismo, depende del turismo, vive del turismo. ¿Qué sentido tiene que nuestros hoteles tengan la demanda concentrada en unos pocos días al año, mientras el resto del tiempo han de tirar los precios para ver si captan a algún despistado? ¿Por qué obligamos a las aerolíneas españolas a tener estas puntas de demanda? ¿Por qué las agencias de viajes han de verse atrapadas en una dinámica basada en unos  pocos días anuales de actividad real?

Ni lo hemos arreglado, ni lo debatimos, ni lo coordinamos. Lo cual sería aceptable si pensáramos que no tenemos un problema, pero nuestra tragedia es que sabemos que así no debemos seguir, pero ahí estamos empantanados desde hace décadas.